¿Ya se hunde?




Cada diez minutos más o menos, desde que el capitalismo y la economía de mercado aparecieron sobre la faz de la tierra (cada dos minutos en tiempo de crisis económica) alguien, quiero pensar que no tanto por malicia como por pasar el rato, se pone en pie y anuncia a los cuatro vientos su debacle final.


En nuestros azarosos días, en particular,  articulistas de prensa, radiofonistas con vocación de cura-párroco, nigromantes televisivos y funambulistas académicos que parecen experimentar una mal disimulada añoranza del fabuloso circo de P. T. Barnum se han puesto de acuerdo para profetizar (con alborozo apenas contenido) que el capitalismo, si bien no alcanza todavía el estatus de cadáver putrefacto, languidece ya camino del cementerio. O, como dice el profesor argentino Pablo Rieznik:


Nos encontramos en un punto de inflexión de la historia. La que Marx entendió. La que Keynes inútilmente busco corregir sin llegar a entenderla. Vale aquella alternativa que muchas veces cite en mis trabajos, actualizada por los acontecimientos actuales, la formulada por Rosa Luxemburgo casi un siglo atrás: socialismo o barbarie. Se trata de poner manos a la obra.


Yo, en cambio, en la disparatada creencia de que el capitalismo nos sobrevivirá a todos, acabo de hacer lo mejor que uno puede hacer en estos tiempos de crisis: comprarme coche. Un Kia. Los coreanos que diseñan los Kia no deben estar al tanto de la noticia del final del capitalismo (estarán muy ocupados) porque ofrecen 7 años de garantía total en sus vehículos. Supongo que si el socialismo llega antes esa garantía perderá su vigencia, aunque tendré que leerme las condiciones particulares del contrato para poder afirmarlo con seguridad (la clausula debería llamarse algo así como "Resolución anticipada por advenimiento del comunismo").


Estas catastróficas previsiones pecan, a mi juicio, de unos cuantos defectos esenciales:


a) Onanismo


Puede que España se hunda. O que la Unión Europea naufrague. Pero nada apunta a que Gran Bretaña, Canadá, Alemania, Suecia, Suiza, Corea del Norte, Japón o China (que lleva camino de ser el paraíso capitalista por excelencia) se estén hundiendo, así que paciencia y que los espectadores permanezcan atentos a sus pantallas.


b) Voluntarismo


Todos estos sepultureros de saldo y profetas de la desgracia confunden sus deseos con la realidad. Están loquitos por la música y, al menor signo de crisis o fatiga, se ponen cachondos y empiezan a disparatar. Luego, si la realidad desmiente sus sombríos pronósticos, como ha ocurrido tantas y tantas veces, no pasa nada: se apagan las velas, se aplaza el funeral y a otra cosa mariposa.


c) Simplismo


Si uno desea tan fervientemente que el capitalismo fenezca resulta interesante que nos explique como espera que continúe la historia. Yo por ejemplo, si el capitalismo se acaba -cosa que, como ya he dicho, estoy convencido de que no sucederá- me gustaría que fuera sustituido por una monarquía absoluta universal en la que yo (más que nada porque soy lo que tengo más a mano) fuera adorado como emperador único, omniscente y, eso si, anónimo, porque la popularidad me resultaría bastante molesta. Rarezas mías, ya ven. En cambio, en la práctica totalidad de los casos, lo que se espera/desea/ansía (y no siempre se dice) es que detrás del capitalismo sobrevenga la llegada del comunismo, régimen sobre cuyo rotundo éxito tenemos ya cumplida noticia a lo largo de la historia.


d) Falta de perspectiva


Tal como va la cosa tendremos corralitos, una prima de riesgo disparatada y suspensiones de pago de la deuda de algunos estados (por desgracia en este torneo partimos como favoritos), rebajas de sueldo a los funcionarios, quiebras bancarias y a saber que otros desdichados acontecimientos. Pero saldremos de esta como hemos salido -no hace tanto- de un par de guerras mundiales entreveradas con una guerra civil cruel y vengativa y de una mortecina dictadura de casi medio siglo.


No soy tan idiota como para creer que los sucesos a los que asistimos son banales. No lo son en absoluto: perder el empleo, sin ir más lejos y por poner sólo un ejemplo, es una catástrofe sin paliativos para aquel que la sufre y tener cinco millones de parados es un fracaso colectivo de primera magnitud. Es sólo que, por muy grandes que puedan ser o llegar a ser nuestros pesares, nos falta perspectiva para evaluarlos y por eso somos demasiado propensos a dejarnos llevar por el catastrofismo del género incendiario.


PD. Mi opinión sobre el socialismo se resume en algo que un anónimo ciudadano cubano -con sobrado conocimiento de causa- había escrito, con ese laconismo que es un atributo del mejor sentido del humor, en una pared de La Habana debajo de la sempiterna proclama oficial (el archiconocido "Socialismo o muerte"):  "valga la redundancia".

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