Infantilismo y voluntad política


Dice el artículo 104.4 del Reglamento Penitenciario que: "Los penados enfermos muy graves con padecimientos incurables, según informe médico (...), podrán ser clasificados en tercer grado por razones humanitarias y de dignidad personal, atendiendo a la dificultad para delinquir y a su escasa peligrosidad".

Resulta pues evidente que nada obliga al Estado a concederle al secuestrador de Ortega Lara el beneficio de su excarcelación por padecer una enfermedad incurable, puesto que la norma sólo habilita una concesión potestativa del tercer grado. Y, de paso, también resulta evidente que el gobierno, una vez mas y para variar, miente: no era obligatorio excarcelar a Bolinaga aunque sus voceros lo repitan en todos los telediarios.

No es mi intención analizar, no obstante, el marco jurídico de la decisión porque lo que de verdad me parece relevante no es el suceso en sí mismo, sino el proceso en el que se enmarca o, dicho en otras palabras, lo que vino antes de eso y lo que lleva tiempo viniéndose -que diría un argentino- y que se resume en la idea de que nuestros políticos - el PP y el PSOE y viceversa- no han entendido nunca la verdadera esencia del conflicto entre ETA y el Estado. 

Cuando la dictadura argentina invadió (reconquistó, en sus términos) las Islas Malvinas lo hizo pensando que el gobierno inglés no prestaría demasiada atención a un incidente que, al fin y al cabo, sólo afectaba a unas islas minúsculas, perdidas en el quinto pino, con menos vegetación que el culo de un mandril y una importancia económica equivalente al cuarto trastero de mi suegra en el pueblo. 

Pero Margaret Thatcher supo ver que el problema de las Malvinas, como el de ETA, no era sólo un conflicto territorial y que, por tanto, su eje central no era lo que acababa de ocurrir sino sus incuestionables implicaciones políticas. Por eso el Reino Unido, en lugar de sentarse a negociar, hizo lo único que podía hacer desde un punto de vista político, que no era otra cosa que enviar a sus portaaviones a la guerra.

En conflictología es esencial conocer con precisión que es lo que piensa realmente el enemigo en cada momento. Y, en este particular instante de nuestra historia, los terroristas de ETA sienten que están ganando. Y lo están haciendo. Y no lo digo porque, previsiblemente, Bildu gobernará el País Vasco después de las próximas elecciones vascas, porque se vaya consumando una política de acercamiento de presos o porque el sistema educativo vasco lleve ya muchos años fabricando buenos abertzales en serie.

Lo digo porque el mundo batasuno ha ocnseguido imponer su discurso y su agenda política en el espacio social -y no sólo en el espacio social vasco- de forma que oponerse a los postulados de la negociación y el acercamiento de presos y su corolario negociador es facha, reaccionario, protofascista, franquista o todas esas cosas en combinación. 

¿Cuándo comenzó a suceder eso? En el preciso instante en el que, muy mal aconsejados, nuestros dirigentes políticos aceptaron sentarse a discutir con ellos de lo que fuera. Al hacerlo perdimos, porque ellos supieron que el objetivo final de toda su estrategia político-militar -que no era, por supuesto, derrotar militarmente al estado, sino conseguir una relevancia política que hiciera necesaria una negociación- se había consumado. Ya no eran terroristas: eran interlocutores.

Ya se que ahora está de moda aludir a eso de "la superioridad moral del estado de derecho" para justificar cualquier cosa; de igual forma que, de un tiempo a esta parte, la "necesaria consolidación fiscal" sirve para que aceptemos con mansedumbre las puñaladas que cada viernes nos sobrevienen desde el Consejo de Ministros. Como concepto, sin embargo, esa superioridad no pasa de ser un cuento infantil, un chiste, una astracanada o un lugar común, porque los estados -todos, democráticos o no- han cometido todo ahora y siempre todo tipo de actos criminales y, por eso mismo, no son superiores a nadie en términos morales.

El estado encarna el monopolio de la aplicación coactiva del derecho. El error estriba en juzgar, como por alguna curiosa razón parecen creer buena parte de mis compatriotas, que el Estado impone el derecho por razones morales. No es así y no lo ha sido jamás. El estado impone el derecho porque tiene la obligación política de preservar el ordenamiento y, al hacerlo, su propia existencia frente a cualquier amenaza interior o exterior. 

Siendo así el estado se defiende de sus enemigos a través de las leyes y de la acción política por medio de la cual les hace frente cuando persiguen su propia destrucción o contravienen sus intereses (asaltando, por ejemplo, unas islas en el archipiélago austral). En realidad no hay ninguna superioridad moral en que las Malvinas estén bajo el dominio de ingleses, argentinos, chinos mandarines o monjes ortodoxos albanokosovares. Se trata, sólo, de un problema político que, como tal, requiere una estrategia política. 

Al correr de los años hemos sabido que Margaret Thatcher, que no se andaba con tonterías, estaba dispuesta incluso, si la guerra hubiera llegado a complicarse más de la cuenta, a lanzar misiles nucleares sobre argentina. Por fortuna no hizo falta. Pero con su dirección política de la contienda hizo que todos los enemigos de Inglaterra supieran, con toda claridad, cual era el precio que había que pagar aquel que osara desafiar a la pérfida albión, que diría Matías Prats. 

Sus motivaciones, por supuesto, eran muy diversas. Para empezar sus medidas económicas le habían ocasionado muchos problemas sociales y la guerra fue, también, una buena oportunidad para salir del atolladero. Pero eso solo sería relevante si alguien, en un ataque de infantilismo, defendiera que Gran Bretaña actuaba por razones morales. Es obvio que no fue así. Gran Bretaña sólo quería demostrar que todavía poseía la voluntad de luchar por lo que percibía como un interés político vital. En otras palabras: hizo política a través de la guerra, de la misma forma en que se hace política concediendo un tercer grado.

De hecho la victoria produjo lo que llegó a conocerse como el "efecto Malvinas": "un resurgimiento general del aplomo británico y de la reputación internacional de Gran Bretaña." (John O'Sullivan, El Presidente, el Papa y la Primera Ministra, Madrid, 2007, pág. 249).

De eso va la política y de eso va hacer política: de tener una estrategia y de implementarla hasta sus últimas consecuencias.

PD. Bolinaga, por cierto, estaba internado en la cárcel de León. Pero como había que vaselinizar el proceso de excarcelación fue oportunamente trasladado a una prisión en las vascongadas, donde la Junta de Tratamiento Penitenciario sería, sin duda, más "sensible" a su situación. Estos traslados son, por otra parte, de una naturaleza muy curiosa, pues si bien es cierto que siempre suponen el acercamiento "humanitario" de los terroristas a sus familias; también lo es que, en muchos otros, aunque cuando nadie lo mencione en público, acaso porque queda feo y contraviene el discurso político dominante en esta materia, también suponen el nada humanitario acercamiento de los verdugos a sus víctimas. 

PD2. El otro día escuché algo curioso a una señora que iba a mi lado por la calle charlando con una amiga. Refiriéndose a algún conocido suyo por el que, al parecer, no sentía demasiado afecto, proclamó lo siguiente: "yo no tengo nada contra él, pero si lo atan yo no lo desato". Pues eso mismo, con la pequeña diferencia de que yo si tengo algo en contra de Josu Uribetxebarria Bolinaga.

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