Viaje a ninguna parte

 
 
Esta noche he estado viendo por enésima vez "Viaje a ninguna parte". Hay algo en esa película que me hace regresar a ella siempre que puedo y lo curioso es que ni siquiera sé muy bien que es.
 
Supongo que lo que me fascina de ella es el aire invernal a cierzo y a derrota que la atraviesa de parte a parte. La tristeza mortecina del hambre y la miseria. Y, en medio, el agotamiento de una vieja profesión, la de cómico de la legua, que, atropellada por el cine (el jodido peliculero) y el fútbol, daba las últimas boqueadas por aquellos caminos sin asfaltar de la vieja España, esos que llevaban a tantos y tantos pueblos de mala muerte en los que la gente pasaba un frío de perros.
 
Lo explica bien, en una escena memorable, Fernando Fernán Gómez:
 
"Nací en una carreta de cómicos, tú lo sabes, hace ya una pila de años, y aunque me hubiera gustado morir en una cama de las que salen en las películas, veo que ya no es posible... Si me muero en la furgoneta de los Calleja-Ruiz, en el infierno verán que en este país los cómicos hemos adelantado mucho."
 
Hay una anécdota que resulta curiosa. La historia que más tarde se convertiría en película fue, en primer lugar, un serial radiofónico de 65 capítulos escrito por Fernán-Gómez que se emitió a principios de los ochenta en Radio Nacional. Por esas paradojas de la vida, una historia que narraba el acto final de los cómicos itinerantes representaría también el canto del cisne del teatro en la radio. En pocos años el plantel de actores de Radio Nacional se iría deshaciendo y la ficción radiofónica desaparecería para siempre, como lo hicieron mucho antes los cómicos de la legua a los que se retrata en ese Viaje a Ninguna Parte.
 
Dos pequeños mundos que se extinguen de la mano de la misma historia.
 

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