Elegidos para la gloria
De niño yo iba cada quince días con mi padre a ver los partidos del Candás. Recuerdo que había un jugador pelirrojo, medio centro estiloso y con cierto aire circunspecto como de matador, al que el público había tomado una inquina tan pertinaz como las sequías del NODO. El muchacho, supongo que superado por la presión, cada domingo hacía algo que unos días antes parecía imposible: perpetrar un partido aún peor que el anterior.
Uno de esos días, en medio de una sonora pitada que servía de banda sonora a su confuso deambular por el campo, escuché en la grada, no lejos de mi, la voz de uno de sus compañeros (que no jugaba ese día por sanción o lesión) comentando que aquello era muy curioso porque en los entrenamientos el pelirrojo era el mejor con mucha diferencia. Y sin embargo el día del partido se convertía en lo que en Asturias, con no poca ironía se denomina "medio estorbo", en un inútil total que estaba reclamando a gritos que alguien le pusiera a castrar gorrinos.
Ayer vi un nuevo capítulo de "Informe Robinson" (les recomiendo vivamente el programa) en el que se narra la historia de un jugador norteamericano de baloncesto que aterrizó a principios de los años ochenta en la liga española. Se llamaba Nathaniel "Nate" Davis y digo que aterrizó porque como jugador de basket Davis era, en un país en el que nadie tenía ni idea de lo que sucedía en la NBA, lo más parecido a un extraterrestre. Además de ser el máximo anotador de la liga durante varios años (lo que tiene un especial mérito si se considera que jugaba en equipos menores como el OAR Ferrol o el Askatuak), era capaz de proezas increíbles, como anotar 22 puntos con una mano fracturada en sólo medio partido o obligar (él solito) a cambiar el reglamento de la FIBA para prohibir aquellos alley-opps que ejecutaba a la perfección.
Nate Davis desapareció a los 32 años. Se lesionó, regresó a Estados Unidos y no se supo más de él. Mucho más tarde alguien descubrió que había dejado el baloncesto para cuidar a su mujer, enferma de sida a consecuencia de una transfusión durante el nacimiento de su segundo hijo y que se había arruinado yendo de hospital en hospital en búsqueda de un diagnóstico para una enfermedad que casi nadie conocía por entonces. Ni en su trabajo como ordenanza o vigilante de seguridad ni en su familia tenían la menor idea de sus viejas proezas en España, porque él no se había molestado en contárselo a nadie. Al final gracias a "Informe Robinson" Nate regresa a Ferrol donde, tras sorprenderse de que la gente todavía le recuerde tanto tiempo después, recibe un merecido homenaje.
En un momento del programa, a sus sesenta años, Nate Davis, en una cancha baloncesto de la calle, coge la pelota y ejecuta varios tiros desde unos seis metros. Todos son canasta y el balón ni siquiera roza el aro. El no se extraña en absoluto, como si fuera algo la mar de natural. De alguna forma resulta obvio que no siente ningún tipo de presión al hacer lo que hace: simplemente ocurre, con la inasible levedad de las cosas que no pueden ser de otra forma.
Supongo que al pelirrojo y efímero centrocampista del Candás le ocurría justo lo contrario. Al final la diferencia, en el deporte y en tantas otras cosas, estriba en algo que no puede ser entrenado, en algo que nadie puede regalarte por Navidad, en algo que puede hacerte rico y, también, como ocurre a menudo, ser la causa de tu perdición. Ese singular don del azar o de la naturaleza que conocemos como talento y que, además de ser infrecuente, sólo brilla en toda su magnitud cuando va acompañado de un carácter muy singular, ese que tenían Maradona, Jordan y algunos otros, que les permite ser mejores cuanto mayor es la presión (los psicólogos sociales han observado que, para el común de los mortales o lo que es lo mismo, para casi todos nosotros, ocurre lo contrario: la observación reduce de forma drástica el porcentaje de acierto).
PD. El primero en localizar a Davis fue un periodista gallego y antiguo amigo suyo, Jaime Fernández que cuenta que cuando lo encontró en 1996 hacía muchos años que no jugaba: "Nos pusimos a tirar en una canasta que había por allí y me dijo que iba a apuntarse al equipo de su iglesia. A los seis meses me llamó y me contó que su equipo iba el primero de la liga arrasando y que metía cuarenta puntos por partido".
PD2. Cuando alguien, como suele ser habitual en un país en el que la envidia es el deporte nacional, dice que Ronaldo o Messi cobran demasiado sólo demuestra una ignorancia comprensible pero pueril: cobran lo que les corresponde en función de lo excepcional de sus habilidades y de su portentosa capacidad para desafiar a una presión que encogería hasta hacerlos desaparecer los testículos de cualquiera de nosotros. En realidad probablemente cobran menos de lo que les corresponde: cualquier idiota puede ser Ministro, Senador, eurodiputado, tertuliano radiofónico, psicopedagogo, crítico de cine o fabricante de productos homeopáticos sin tener habilidad alguna ni conocimientos especiales y sin embargo ahí les tienen a todos, llevándoselo calentito a casa sin saber driblar a nadie ni hacer la o con un canuto.
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