La serpiente
Iñaki Arteta es un magnífico
director que ha realizado alguno de los mejores documentales sobre ETA.
Recuerdo, en particular, dos de ellos: “Trece entre mil” (2005) y “El infierno
vasco” (2008). Su último trabajo, que se estrena estos días, es “1980″: un documental
financiado mediante crowfunding que narra los crímenes que tuvieron lugar
durante 1980, un año en el que ETA perpetró casi cien asesinatos, decenas de
intentos fallidos de atentado, decenas de secuestros y centenares de actos
terroristas, en lo que fue todo un reto
nuestra recién nacida democracia (que ETA trataba de dinamitar literal y
metafóricamente) y una prueba moral para los ciudadanos.
La realidad –aunque no se diga a
menudo, porque es de esas verdades que resultan inconvenientes- es que el País
Vasco y los vascos suspendieron esa prueba moral y no la han aprobado jamás:
ahora los terroristas y sus partidarios han dejado de matar pero están en todos
los ayuntamientos y en casi todas las instituciones porque la gente les elige
"democráticamente" (como si la democracia fuera un bálsamo que
limpiara la sangre de los crímenes) y hablar de sus víctimas resulta
inconveniente porque puede perjudicar al proceso de paz, eufemismo que
significa proceso de amnesia colectiva que pretende equiparar a los culpables
con sus víctimas y correr un tupido velo que oscurezca hasta el recuerdo de lo
que un día no lejano ocurrió en esa tierra.
Desde adolescente me interesó
–acaso más que ningún otro asunto- el holocausto judío porque atisbaba en
aquellos asesinatos socialmente consentidos los brillantes ojos de la
serpiente, el mal en su estado más puro y primitivo mirándome directamente a
los ojos y retándome a que bajara la vista. En el País Vasco ocurrió algo igual
de perverso: a los hijos de las víctimas se les marginaba en el colegio y se
les excluía socialmente, se les trataba como parias y apestados, mientras que
los asesinos eran héroes a los ojos de una sociedad putrefacta hasta el tuétano
que llegó a bendecir episodios como aquel en el que ETA, en el colmo del
delirio criminal, asesinó a un enterrador cuyo crimen había sido ejercer su
oficio con algunas víctimas de la organización terrorista.
Estas cosas no está de moda
decirlas y menos ahora que el nacionalismo está tan de moda. Y si las dices
eres, claro, un facha. Yo, que nunca he sido un facha, tampoco soy un hijo de
puta como todos esos que han decidido mirar para otro lado por conveniencia y
por eso las digo aquí en voz alta. Y no me cansaré de decirlas, porque callar y
olvidar es una forma, como tantas otras, de bajar la cabeza y rendirse ante la
serpiente.
Les recomiendo, si me lo
permiten, algunas lecturas y una página, la última, imprescindible para entender
qué es y qué era ETA (zoomrights):
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