Últimas miradas




Ustedes ya saben que a veces acabar es mucho más difícil que empezar. Y es que empezamos muchas cosas por casualidad, casi sin querer, buscando algo que no era exactamente eso, un poco a tientas o, directamente, aunque no queramos reconocerlo, sin tener la menor idea de qué era lo que pretendíamos en realidad. Luego va pasando el tiempo y todo se complica y sin saber muy bien cómo no es raro que nos encontremos metidos de pies y manos en un laberinto sentimental del que no tenemos ni el plano ni las llaves ni nada de nada. Por si eso fuera poco, nos cuesta horrores tomar una determinación, reunir el valor suficiente para poner las cartas sobre la mesa, declarar formalmente el fin de las hostilidades y poner tierra de por medio, aplicando ese sabio aforismo que dice que el soldado que huye vale para la próxima guerra. 

Pero, por muy difícil que resulte afrontar la realidad, llega un día en el que te das cuenta de que no hay más remedio que hacerlo, de que -esto es muy importante- lo que vendrá después si no haces lo que hace tiempo que sabes que tienes que hacer y que has ido demorando por pereza o cobardía nunca será tan bueno como lo que un día fue o lo que un día podría haber sido si las cosas hubieran ido de otra manera y de que, por si eso no fuera suficiente, si ahora no tomas una decisión muy pronto todo empezará a ser peor, como una pelota que va acelerando a velocidad constante mientras rueda por la ladera de una montaña. 

Hay quien dice que la vida nunca está a la altura de nuestros sueños pero yo -como no podía ser de otra forma- discrepo y soy de la opinión de que ningún sueño es tan bueno como las cosas hermosas que nos ocurren muy de cuando en cuando, por pura casualidad, un martes o un jueves cualquiera de una semana cualquiera de un mes de febrero en un lugar sin importancia. 




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