Ser pobre
Cuando los españoles llegaron a
las Antillas se sorprendieron al comprobar que eran incapaces de motivar
laboralmente a los indios antillanos, porque carecían de un rasgo que los colonizadores
consideraban definitorio de la naturaleza humana: el ánimo de lucro. Según
parece a los antillanos la idea de sacrificar el presente doblando el lomo a cambio de un futuro
mejor o de la salvación personal (estilo calvinista) no les decía gran cosa. Siglos
más tarde, en el XIX, el viajero, polígrafo y erudito alemán Humboldt observó
durante sus viajes por México que a los empresarios balleneros les costaba que
los lugareños se enrolasen para participar en la peligrosa y muy lucrativa pesca
de la ballena. Según cuenta Humboldt, se pasaban los días tirados a la bartola y parecían felices “sólo con tener plátanos,
carne salada, una hamaca y una guitarra”.
Para los occidentales la pobreza
resulta culpable o, como mínimo, sospechosa porque delata un vicio espiritual. Los pobres son pobres porque son idiotas,
perezosos y porque toman decisiones estúpidas que les arrastran a la cola del
paro y, en los peores casos, a dormir en
un cajero automático. Los pobres están mal hechos, que diría un argentino. Cuando escucho este tipo de argumentos me sorprende que
gente a la que considero medianamente inteligente sea capaz de decir tales
bobadas. Para empezar olvidan que el azar juega un papel fundamental en
nuestras vidas: ¿alguno de ustedes, por ventura, eligió ser alto, tener carácter, valor,
atractivo físico, capacidad de estudio, determinación, resistencia a la adversidad,
perseverancia, valentía, ardor amoroso o cualquier otro atributo que se les
ocurra? La respuesta es que no, no lo eligieron, como tampoco decidieron ser esquizofrénicos,
faltos de carácter o pobres de espíritu. Simplemente les tocaron en suerte unas
cartas y se dispusieron a jugarlas lo mejor posible.
No estoy diciendo, por supuesto,
que todo lo que nos sucede sea obra del azar. Pero es obvio que si uno nace multi-repetidor tiene
más posibilidades de salir adelante si es hijo de una infanta, aunque no sea una infanta
particularmente brillante, que si nace en un poblado chabolista o en un barrio
marginal entre camellos y fusiles de asalto Kalashnikov. Y que, por muy listo e
industrioso que seas, si sufres de parálisis cerebral, una cardiopatía congénita
o depresiones recurrentes vas a tener dificultades. El azar, la suerte y la
fortuna –elijan el término que prefieran- juega un papel determinante en
nuestra vida a través de tres mecanismos diferentes: a) la dotación inicial de
atributos biológicos que llevamos en el petate al nacer, b) el
entorno (no es lo mismo que te crie una madre politoxicómana que una profesora
de filosofía), c) los sucesos imprevisibles (un atropello, un maremoto o la desventura de enamorarte de la
persona equivocada). Mucha gente juzga a los demás diciendo… yo... era pobre y
peleé duro... y conseguí salir adelante. En esos caso siempre les pregunto: y
tú... ¿acaso elegiste tener ese carácter? ¿en qué momento elegiste tener el valor necesario para
pelear duro? ¿Y si la naturaleza te hubiera hecho pusilánime, bobo, enfermizo o falto de coraje?
Hay un libro muy interesante sobre el tema llamado Scarcity: The New Science of Having Less and
How It Defines Our Lives, de Senil Mullainathan y Eldar Shafir. Los autores
explican por qué los pobres tienden a tomar decisiones irracionales
como beber alcohol, jugar a la lotería, fumar, pagar una suscripción a la televisión por cable o
comprarse un televisor de cincuenta pulgadas en lugar de invertir en sellos o comprar preferentes como haría cualquier persona con dos dedos de frente.
Su conclusión, basada en una considerable
evidencia empírica es que los humanos tenemos una capacidad limitada (“un ancho
de banda limitado”) de procesar información y de tomar decisiones. Si
alcanzamos un determinado nivel de estrés hay un momento a
partir del cual ya no damos más de sí. Ese tope, sin embargo, no depende tanto
de la inteligencia o del talento como del contexto: por eso alguien sin preocupaciones inmediatas
puede tomar decisiones a largo plazo y pensar en el futuro y, en cambio, los pobres, que viven obsesionados
por lo inmediato, por los problemas que tienen delante, no son capaces de hacer planes y toman decisiones incorrectas. La necesidad casi instintiva de sobrevivir reduce la
capacidad de razonamiento y provoca un descenso del coeficiente intelectual
de quince puntos, lo que equivale a tener que tomar decisiones después de una noche
en vela.
La experiencia de la pobreza, el
día a día de no saber cómo vas a pagar el alquiler, qué va a ser de tus hijos, o cómo vas a poder estirar los treinta euros que te
quedan para llegar a fin de mes es algo
increíblemente angustioso. Lo es para los adultos que viven en este mundo y lo
es todavía más para sus hijos que crecen en un contexto de estrés tóxico y de
inestabilidad familiar. Salir de ese pozo es mucho más difícil de lo que
parece: la capacidad de aprendizaje de los niños se resiente, sus habilidades sociales son peores y carecen de
modelos adecuados de conducta. Por eso la pobreza tiende a cronificarse y a enquistarse.
Cuando hablamos de pobreza y
antes de juzgarla no debemos olvidar lo
extraordinariamente duro que es sufrirla. Por eso resulta imprescindible un sistema de protección social, el llamado
estado de bienestar: para garantizar que nadie –por la razón que sea-
alcance un punto de no retorno en el que ya no le queden opciones.
PD. Otra cosa muy distinta es que
no hay que confundir gasto público con gasto social. Y que no todo gasto, a
pesar de ser social, está justificado. Las subvenciones que se entregaban a
sindicalistas y correligionarios en Andalucía eran gasto público pero no eran
gasto social. Y muchos gastos sociales son
manifiestamente cuestionables desde el punto de vista de la eficiencia y de los
incentivos: si un individuo, por las razones que sean, no quiere ir a pescar es muy libre de no hacerlo, pero no tiene derecho a que los que si lo hacen le paguen los gastos (esta es la parte que los de Podemos no acaban de entender) porque, si eso ocurre, al final muchos elegirán quedarse en casa en vez de ir a pescar. Pero eso daría para otro post todavía más largo y es hora de irme a
la cama.
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