Todo saldrá bien


Ya se que estamos rodeados de pandemias infecciosas y enfermedades traicioneras, ataques terroristas, temibles promesas de olas de frío y de calor, meteoritos que amenazan con devastar la tierra y nuevos discos de Bertín Osborne en los que emula (o lo que sea que haga) a Frank Sinatra. Todas esas cosas ocurren (o no) y son en buena medida ajenas a nosotros, en el sentido de que lo más probable es que no esté en nuestra mano evitarlas. 

Siempre he deplorado esa estafa organizada que recibe el nombre de literatura de autoayuda porque estoy en contra de sus postulados básicos: 

(1) No puedes conseguir todo lo que te propongas y creerlo sólo te producirá frustración; 

(2) No siempre se puede ser optimista porque a veces las circunstancias son tan jodidas que no te dejan serlo y en esos casos, cuando todas las cartas salen a destiempo, lo único que se puede hacer es aguantar el chaparrón como buenamente se pueda y esperar a ver si escampa, y, 

(3) La felicidad, por mucho que las religiones y la publicidad te prometan otra cosa, nunca será algo parecido a un estado sólido de la materia: con suerte, con mucha suerte, una vida feliz son un conjunto de instantes fugaces que sobrevienen cuando menos te lo esperas y casi nunca como tú pensaste que sucedería. 

Como decía mi abuela, que era muy lista y que tenía más cojones que todos esos piojosos del estado islámico juntos, la vida son cuatro ratines y nuestra obligación es atravesarlos lo mejor posible. Respirar hondo, dejarnos llevar y disfrutar todo lo que podamos con la esperanza razonable de que, pase lo que pase, eso que tanto nos preocupa saldrá bien: hoy, el próximo miércoles y el año que viene. 

Y será así porque es mejor creerlo que no creerlo. 

Y porque si, carajo, porque si, no me sean pendejos y háganme caso.




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