Perseverar en el error
Con cierta frecuencia oigo decir por ahí que el comunismo es una buena idea mal aplicada. Nunca lo he creído así. Se
trata, a mi juicio, de una pésima idea que resulta peor cuanto mejor es aplicada
porque constituye, al tiempo, un grave error conceptual (creer que se pueden
eliminar los incentivos individuales y sustituirlos por los arbitrarios designios
del burócrata estatal de turno) y un atentado contra la naturaleza humana que,
en su mejor versión, aspira a la exaltación de la libertad y del individuo por
encima de la masa. Pienso lo mismo del nacionalismo: no
ignoro en qué bajas pasiones nace su semilla y soy consciente de que en
su nombre y al amparo de sus banderas (todas) se han escrito las páginas más
negras de la historia de la civilización humana.
Nacionalismo y comunismo tienen en común muchas cosas. No es la menor de ellas que son movimientos que sitúan al individuo al servicio de un proyecto social. A primera vista la cosa no suena mal, porque todo colectivismo evoca la imaginen de un conjunto de agricultores que amontonan estiércol con el rostro radiante de felicidad mientras entonan con sus viriles voces alegres cancioncillas populares. Pero a poco que profundicemos en el asunto nos daremos cuenta de que se trata de proyectos inhumanos, en el sentido de que ponen al individuo al servicio de una causa superior (la patria, la revolución o el partido). Y cuando el individuo no es lo primero, invariablemente, el respeto por la vida y la libertad acaban siendo lo último.
En el comunismo todos somos iguales. Pero Fidel Castro no convocó oposiciones para cubrir su vacante: esperó hasta el momento en que apenas se tenía en pie y entonces eligió a su hermano. En Corea King Il Sun eligio a su hijo King Yon Il y este a su vez al suyo, Kim Yon Un. A juzgar por cómo va bajando el nivel calculo que el siguiente en la línea de sucesión acabará siendo King África. Que eso pase en una monarquía es del todo lógico porque se basa en el, por otra parte, muy discutible principio dinástico… pero… ¿no habíamos quedado en que en el paraíso comunista todos somos iguales?
La inercia comunista lleva siempre a una combinación letal de caos económico y monarquía medieval despótica en la que los anquilosados miembros del partido único tienen como exclusiva función ratificar –siempre por unanimidad- las ocurrencias del amado líder y aplaudirle hasta que les duelan las manos (por la cuenta que les trae). Las tales ocurrencias van, por ejemplo, en el caso del citado Kim Yon Un, desde obligar a todos los estudiantes universitarios a llevar su mismo corte de pelo (un estilismo que bien podría definirse como “corte de pelo de aspirante a una prestación por discapacidad”) a hacer que su tío Jang sea devorado por una jauría de perros hambrientos. Que quieren, el muchacho no da para más.
Lo bueno del caso es que, contra toda evidencia, mucha gente sigue compartiendo los dogmas del ideario nacionalista y del comunista como si la historia de sus innumerables crímenes y desatinos no fuera más que una modalidad de la literatura de ficción.
PD. El independentismo catalán ha dado a luz a su propia cohorte de “intelectuales” orgánicos. Uno de ellos es este interfecto de orígen británico que, a falta de otras habilidades, se gana la vida pululando por todos los medios de comunicación subvencionados por la Generalitat para difundir, como buen lacayo del régimen, los dogmas independentistas. El susodicho explica así, ante la incredulidad de una estudiante con dos dedos de frente, las diferencias entre Cataluña y España. No se puede caer más bajo ni ser más tonto.
Nacionalismo y comunismo tienen en común muchas cosas. No es la menor de ellas que son movimientos que sitúan al individuo al servicio de un proyecto social. A primera vista la cosa no suena mal, porque todo colectivismo evoca la imaginen de un conjunto de agricultores que amontonan estiércol con el rostro radiante de felicidad mientras entonan con sus viriles voces alegres cancioncillas populares. Pero a poco que profundicemos en el asunto nos daremos cuenta de que se trata de proyectos inhumanos, en el sentido de que ponen al individuo al servicio de una causa superior (la patria, la revolución o el partido). Y cuando el individuo no es lo primero, invariablemente, el respeto por la vida y la libertad acaban siendo lo último.
En el comunismo todos somos iguales. Pero Fidel Castro no convocó oposiciones para cubrir su vacante: esperó hasta el momento en que apenas se tenía en pie y entonces eligió a su hermano. En Corea King Il Sun eligio a su hijo King Yon Il y este a su vez al suyo, Kim Yon Un. A juzgar por cómo va bajando el nivel calculo que el siguiente en la línea de sucesión acabará siendo King África. Que eso pase en una monarquía es del todo lógico porque se basa en el, por otra parte, muy discutible principio dinástico… pero… ¿no habíamos quedado en que en el paraíso comunista todos somos iguales?
La inercia comunista lleva siempre a una combinación letal de caos económico y monarquía medieval despótica en la que los anquilosados miembros del partido único tienen como exclusiva función ratificar –siempre por unanimidad- las ocurrencias del amado líder y aplaudirle hasta que les duelan las manos (por la cuenta que les trae). Las tales ocurrencias van, por ejemplo, en el caso del citado Kim Yon Un, desde obligar a todos los estudiantes universitarios a llevar su mismo corte de pelo (un estilismo que bien podría definirse como “corte de pelo de aspirante a una prestación por discapacidad”) a hacer que su tío Jang sea devorado por una jauría de perros hambrientos. Que quieren, el muchacho no da para más.
Lo bueno del caso es que, contra toda evidencia, mucha gente sigue compartiendo los dogmas del ideario nacionalista y del comunista como si la historia de sus innumerables crímenes y desatinos no fuera más que una modalidad de la literatura de ficción.
PD. El independentismo catalán ha dado a luz a su propia cohorte de “intelectuales” orgánicos. Uno de ellos es este interfecto de orígen británico que, a falta de otras habilidades, se gana la vida pululando por todos los medios de comunicación subvencionados por la Generalitat para difundir, como buen lacayo del régimen, los dogmas independentistas. El susodicho explica así, ante la incredulidad de una estudiante con dos dedos de frente, las diferencias entre Cataluña y España. No se puede caer más bajo ni ser más tonto.
PD.2 Tras descubrir que Miguel de
Cervantes era en realidad un vecino de Xixona llamado Miquel Sirvent, el
Institut Nova Història, creado para reivindicar la catalanidad de personajes
históricos manipulados por la historiografía española, ha confirmado que el baloncestista
estadounidense Michael Jordan nació en el barrio de Cappont de LLeida, siendo su
verdadero nombre el de Miguel Jordá. Su padre consiguió una plaza de sereno tras aprobar una oposición en el Ayuntamiento. Sin embargo, en el año 1965, cuando
la futura estrella de los Chicago Bulls tenía dos años de edad, se suprime la
figura de los serenos y la familia Jordá decide emigrar a Estados Unidos,
instalándose en Brooklyn. El pequeño empieza a destacar en el
baloncesto y rápidamente se convierte en una figura internacional. A pesar de
la distancia, los Jordá mantienen intactas sus costumbres lleidatanas. Su madre sigue cocinando una suculenta versión de los cargols a la llauna con ketchup en su
mansión de Palm Springs e invita a degustaciones de este plato a numerosos
amigos de su hijo como Kareem Abdul Jabbar o al mismísimo
Magic Johnson, que siempre se pide dos raciones y tiene dolor de vientre lo que queda de mes. Aunque ha perdido el catalán como primera lengua, Michael Jordan conserva todavía expresiones coloquiales de
la terra y en este sentido, se recuerda especialmente el día en que exclamó “sapastre, et ficaré una safanoria pel cul” a un árbitro que le anuló una canasta por cometer previamente una más que dudosa falta
personal.
Y no se trata solo de palabras, he aquí el documento gráfico que lo acredita, una foto de Miquel Jordá Senior:
Y no se trata solo de palabras, he aquí el documento gráfico que lo acredita, una foto de Miquel Jordá Senior:
(Al fondo la inconfundible silueta de la Seu Vella)
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