Todo sea por la ciencia
Aquí mismo, por ejemplo
Explica Marco Aurelio en su Libro IV de las Meditaciones que “Conviene
tener siempre muy prontas estas dos reglas de conducta: la primera, hacer sólo
lo que en pro de los hombres te dictare la razón (…); la otra, sumarte a otra
resolución, siempre que se presentare quien te eduque y te haga apear de tu
opinión. Bien entendido empero que esta mutación de sentencia debe tener
siempre como causa ciertos visos de verdad probable o de utilidad pública; y
tales deben ser únicamente los motivos determinantes, nunca la apariencia de
que esto sea agradable o ambicioso."
Para desgracia suya (suya de ustedes, no de Marco Aurelio) y mía la política española contemporánea
se basa justo en lo contrario: en repetir de forma mecánica lo que se presume que la gente quiere
escuchar y en postergar lo importante -aquello que resultaría de auténtica
utilidad pública- en beneficio de lo inmediato, de la última ocurrencia del mercachifle de turno. Y así, en
ausencia de auténtica estrategia, todo se vuelve táctica electoral, retorcimiento
cortoplacista y guerra de guerrillas. Por eso en esta breve democracia nuestra
hemos tenido más leyes educativas que presidentes del gobierno y, por eso mismo,
a pesar de que ya debemos un PIB entero y verdadero (que se dice pronto pero es mucho deber) la mayor parte de los partidos (por no decir todos) siguen
actuando como si gastar más de lo que se ingresa no fuera lo que es, una
auténtica catástrofe, una bomba destinada a explotarnos entre las manos más
pronto que tarde.
Los debates no son un vehículo para exponer argumentos, dialogar y tratar
de aprender de las ideas del prójimo sino una excusa para balbucear tópicos, lugares
comunes, vergonzantes chorradas infantiloides, ataques más o menos falaces, chascarrillos tabernarios, involuntarias muestras de deterioro mental o evidencias palmarias de falta de desarrollo cognitivo. Si alguien
osa esbozar una idea novedosa (y ya no digamos brillante) inmediatamente
queda sepultado por los aullidos de sus adversarios que, muy conscientes de su alarmante falta de talento, recelan de cualquier
forma de contienda política que no consista en rebozarse en el barro procurando
meter los dedos en el ojo del adversario (o en el orificio que se halle más a
mano).
Nadie convence a nadie de nada y es tan obvio que es esto es así que ya
nadie lo pretende siquiera y por eso cada dirigente político se conforma con dirigirse a su propia hueste de fieles con un argumentario (el deficientario, más bien) cada vez más falaz, bobalicón y trivial diseñado, eso si, por los llamados "expertos del partido", un conjunto de oscuros individuos que, en teoría, dominan los arcanos electorales y los resortes de la conducta del votante, pero que, a lo que parece,
sólo se diferencian de nuestros ancestros neandertales en que llevan gafas de marca.
La política con la que Marco Aurelio soñaba queda reducida
así a un paupérrimo espectáculo circense, a un tira y afloja que se prolonga durante semanas y más semanas
y que, en el terrible periodo pre-electoral que ahora se avecina, lo invade todo como un bulldozer de
cizaña y primitivismo que amenaza con sepultarnos a todos.
Créanme si les confieso que cada vez que se anuncian elecciones siento un deseo irrefrenable de coger los bártulos y exiliarme en un lugar elegido al azar que bien podría ser la Polinesia Francesa, las Seychelles o las Islas Vírgenes británicas, por citar sólo tres ejemplos que ahora mismo se me vienen a la mente (vaya usted a saber por qué). Allí, bajo los palmerales, sobre la arena blanquísima, al borde del océano repleto de peces tropicales, estoy casi seguro de que los rijosos vericuetos de la actualidad política española me parecerían poco más que el eco distante de una broma y, con un poco de suerte, puede que hasta una broma divertida. No me atrevo a garantizarles que fuera así, pero estaría encantado de que alguien me sufragara el coste del experimento para averiguarlo. A ver si hay algún voluntario que se preste a ejercer de mecenas. Anímense hombre: todo sea por la ciencia.
Créanme si les confieso que cada vez que se anuncian elecciones siento un deseo irrefrenable de coger los bártulos y exiliarme en un lugar elegido al azar que bien podría ser la Polinesia Francesa, las Seychelles o las Islas Vírgenes británicas, por citar sólo tres ejemplos que ahora mismo se me vienen a la mente (vaya usted a saber por qué). Allí, bajo los palmerales, sobre la arena blanquísima, al borde del océano repleto de peces tropicales, estoy casi seguro de que los rijosos vericuetos de la actualidad política española me parecerían poco más que el eco distante de una broma y, con un poco de suerte, puede que hasta una broma divertida. No me atrevo a garantizarles que fuera así, pero estaría encantado de que alguien me sufragara el coste del experimento para averiguarlo. A ver si hay algún voluntario que se preste a ejercer de mecenas. Anímense hombre: todo sea por la ciencia.
PD. Habrá, por ventura, algo más español que soñar con obtener una subvención, ganga, ventaja, momio, concesión, favor, regalía, bicoca, canonjía, sinecura o prebenda?
El comité de bienvenida (ay)
Comentarios
Publicar un comentario
¿Algún comentario?