Sol de invierno



Es curioso este sol de enero porque silba altivo a través de las nubes pero resbala sobre las cosas: no toca los nudos retorcidos de las vides, no mordisquea las orejas de los animales recién nacidos, no empuja los columpios en los parques y no abriga la espalda desnuda de las hojas. Me parece que ya va siendo hora de que alguien se tome la molestia de explicarle que sí, que vale, que todos tenemos miedo y que todos sentimos la velada necesidad de ponernos a cubierto, pero que nada llega a saber del otro el que nunca se quita los guantes y que para aprender del amor también es necesario abrazar la mancha. 

PD. Hay días grises y días que valen la pena. Hoy he leído un poema de esos que convalidan todo un invierno. Y me refiero a un invierno de Lleida, que, como la vaca lechera de la canción, no es un invierno cualquiera.


CASTILLA

Íbamos en coche a Ponferrada,
donde mi abuelo se asfixiaba poco a poco. 
Mi padre conducía con los ojos anémicos,
sin mirar el paisaje:
Castilla era su padre y se estaba muriendo.
Yo pensaba en Machado.
Cruzábamos las nubes por la mesta,
horizonte de arcilla,
pinares apretados donde fuimos salvajes y hubo sol.
Las vides retorcidas por el frío.
Los hilos del telégrafo, aquel toro. Íbamos
en el coche al hospital de Ponferrada.
El tiempo era franela, y era adobe.
Silicosis del tiempo.
Yo pensé: Leonor.
¿Qué pensaba mi padre?
Castilla era su padre. Y se acababa.

Un poema de Martha Asunción Alonso (Madrid, 1986)
(Wendy, Valencia, Pre-textos, 2015)



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