Testamento




Si algún día fallezco a consecuencia de un accidente de tráfico, de un trombo cardiaco acontecido durante un partido de champions del Barça o atropellado en lo hondo de alguna fraga gallega por el incontenible y más bien feo para la vista andar rápido de Mariano Rajoy, este blog quedará varado en Internet por los tiempos de los tiempos (no se si Blogger acabaría calcinándolo, tengo que revisar los términos del contrato).

El caso es que, sea como fuere, esto que aquí escribo está llamado a perdurarme. Saberlo, sin embargo, me consuela un poco. En cierto sentido, mi blog vendría a ser una especie de testamento, solo que como el que suscribe carece de inmuebles y de solares rústicos y urbanos y está destinado a morir con tres euros en el banco -porque ahorrar no figura en mi considerable relación de pecados- en vez de dejar para la posteridad ladrillos y hierbajos para solaz de mis herederos, dejaré un puñado de palabras que valer, lo que se dice valer, no valen ni para atar una mula vieja al brocal de un pozo.

Lo curioso es que saber que voy a morir no me preocupa ni lo más mínimo. Algún día sucederá y cuando por fin suceda yo habré dejado de estar allí. De todas formas, como ese día llegar llegará y nunca se sabe ni cuándo ni cómo, me gustaría dejar escrito, ahora que todavía estoy a tiempo (voy a escribir esta parte todo lo rápido que pueda, por si acaso) que si alguien quiere ahorrarse el trabajo de escudriñar las mil o dos mil o tres mil entradas de este blog y quiere saber de qué va el asunto, quién era yo y que carajo era lo que trataba de contar con tanta palabrería nocturna, lo tiene muy fácil porque esta canción de Ana Moura (Desfado) lo resume a la perfección.

Ahora el resumen no se lo pienso hacer, sólo faltaba. Si quieren ahorrarse la lectura al menos aprendan portugués o usen el traductor de Google, que lo tienen ahí a un par de clics de distancia. 


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