Delirios nacionales



Cada país tiene sus propios delirios. Hasta a mi, que soy un admirador de los Estados Unidos, se me ponen los pelos de punta al tener noticia de que el Senado norteamericano acaba de tumbar la propuesta de ley del ex-presidente Barack Obama que pretendía impedir que personas con antecedentes de enfermedades mentales graves pudieran adquirir armas, al considerar que es contraria a la segunda enmienda de la Constitución, que garantiza el derecho de los todos los ciudadanos a portar armas.

Para entender cómo es posible que algo así suceda precisamente en los Estados Unidos hay partir del hecho de que a la sombra de la bandera de las barras y estrellas ondean realidades de lo más diferente. Piensen, por ejemplo, en la ciudad de Nueva York, en la que se hablan más de 800 lenguas. Se trata de la capital linguística del mundo, en la que se da una curiosa paradoja: algunas de esas lenguas se hablan más en esa ciudad que en ninguna otra parte del mundo. Allí, en Nueva York, Hillary Clinton obtuvo casi un 60% de los votos, veinte puntos más que Donald Trump (en California la diferencia fue aún mayor). En cambio, en estados como Wyoming o Oklahoma el porcentaje de voto de Trump rondó el 70 por ciento. 

Los Estados Unidos son muchas cosas. Son Nueva York y California. Son el primer país que puso a un hombre en la luna (a 12 en realidad), el país con mayor número de premios Nobel (a una distancia abismal del siguiente) y el que cuenta con las mejores universidades del planeta. Pero son, también, esos millones de norteamericanos que creen que Obama era musulmán y/o reptiliano, que los viajes espaciales a la Luna fueron un montaje, que el sol gira alrededor de la tierra, que los dinosaurios cohabitaron con los seres humanos, que nuestro planeta fue creado por obra y arte de un ser imaginario al que denominan dios hace unos cuantos miles de años, que la teoría de la evolución es una patraña y que la tierra es, en realidad, plana. A veces cuesta entender que esas dos realidades tan antagónicas puedan convivir... pero de alguna forma parece que lo consiguen y no lo hacen mal del todo.






En algo teníamos que ganar

Al recopilar el dato de los Premios Nobel he tomado conciencia, una vez más, del inmenso retraso cultural y científico que tenemos con respecto a nuestros vecinos (Gran Bretaña, Alemania, Francia e Italia). Hay algo que huele muy mal en un sistema educativo que sólo ha logrado 2 premios Nobel científicos (los de Severo Ochoa y Ramón y Cajal) en toda su historia a pesar de tener un tamaño y una población similares. Curiosamente enmendar eso, nuestro pésimo sistema educativo, no ha sido nunca la prioridad de ningún gobierno y tampoco constituye una preocupación para la sociedad española. La educación, mal que nos pese a algunos, al español medio y a sus representantes se la sopla. Ese es uno de los delirios nacionales españoles, que creemos que el progreso de nuestro país no se decide día a día en nuestros colegios y en nuestras endogámicas y carcundiosas universidades, sino a base de puntapiés durante las dos o tres semanas que dura el próximo campeonato mundial de fútbol.  Así nos va. 


No tenemos remedio



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