La propensión lanar



              Si esos dos niños van a parecerse a papá su única esperanza es que el butanero haya tenido algo que ver en el asunto

Tengo la certeza de que nunca añoraré estos días que algunos les parecen heroicos y que a mi, que asisto entre atónito y asqueado a esta apoteósica y nada edificante exaltación de las más bajas pasiones del ser humano, me van restando la poca confianza que ya me quedaba en el progreso de la civilización.

El nacionalismo es un cáncer sentimental, una enfermedad del alma, un vicio oculto que anida en lo más profundo del andamiaje intelectual, ese que nos distingue de los protohomínidos de las cavernas de hace cientos de miles de años. Es un rasgo propio de gente mal hecha, a medio rematar y un poco falta de brillo en los ojos, no necesariamente idiota pero si crédula y con poco espíritu crítico, defectos estos que, conjugados, resultan bastante más peligrosos que la estupidez.

A pesar de todo... soy optimista. Algún día -espero que no demasiado lejano- cuando las generaciones venideras contemplen en cualquier museo de los horrores esas fotos repletas de individuos de mofletes enardecidos que alzan con impudicia sus banderas al viento y los niños les pregunten a sus padres qué era lo que se traían entre manos esos señores tan concienzudos, tengo la esperanza de que la respuesta será algo muy parecido a esto:

- Hijo mío, lo malo no es que vengamos del mono, sino que muchas veces nos encanta comportarnos como ovejas.

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