Tengo un sueño



El caos y la nada

Tengo un sueño. Sueño con un partido de izquierdas español que no se avergüence de su país. Que sea progresista sabiendo que no hay nada más reaccionario, totalitario y regresivo que el comunismo. Que sea progresista y no oportunista: que tenga convicciones e ideas y por convicciones e ideas me refiero a algo más que decir no a Rajoy, por muy desastre que sea esta especie de Don Tancredo que nos ha tocado en suerte como Presidente y por muy corrupto que haya evidenciado ser (y lo ha sido muchísimo) el Partido Popular.

Un partido que entienda que la clase media ya no es el proletaridado postindustrial y que sus demandas son distintas, menos evidentes, más complejas. Un partido que tenga algo que ofrecer (también) a esa clase media que no está en paro ni es inmigrante y que se gana honradamente la vida pagando una abrasiva cantidad de impuestos por unos servicios que dejan mucho que desear. Un partido que no tenga reparos en expresar su amor a su país porque no está escrito en ninguna parte que ese amor tenga que ser patrimonio de la derecha y porque mal se puede aspirar a gobernar aquello que uno es incapaz de amar. 

Un partido en el que su líder no ensaye constantemente un patético y cobarde ejercicio de funambulismo y equidistancia entre la ley y los que la quebrantan, para ocultar que ni tiene ni principios ni ideas y que por carecer carecer no carezca hasta del coraje necesario para aparentar tenerlos. Un partido cuya única esperanza no consista en que, ya que no lo hizo la crisis, al Partido Popular se lo acabe llevando río abajo la corriente del independentismo.

Me gustaría que ese partido fuera el PSOE porque es el partido con el que crecí y al que siempre admiré: el partido de Felipe González y de Borrell. Y porque de ese engendro nihilista de caos y desolación llamado Podemos es imposible esperar nada que no sea una vuelta a lo más siniestro de esas cavernas de las que parecen salidos sus procelosos líderes políticos: filocomunistas con ínfulas de modernetes que tratan de expender como nueva política y como lo lo último de lo último una superchería comunista que lleva más de medio siglo caducada y que huele a podrido en todos los continentes; abrazadores compulsivos de simpáticos etarras convictos y confesos que andan por ahí dando lecciones de democracia a sus víctimas y a los que podríamos haberlo sido; ideólogos a sueldo de repúblicas bolivarianas (léase dictaduras) en bancarrota; buitres oportunistas que aspiran a hacerse con los desechos de la nación si la nación llega a explotar y que como buenos carroñeros harán todo lo que esté en su mano para que tal cosa ocurra y dicharacheros populistas de medio pelo y coleta (no es incompatible) que si acabaron los estudios es porque ahora mismo, con nuestro sistema educativo, para no hacerlo hay que ser poco menos que deficiente mental severo y que resultan facilísimos de detectar porque cuando aparecen en la tele mueven la lengua a toda velocidad para ocultar, a base de ruido y furia e impostando una convicción que es hija de la ignorancia, que nada de lo que dicen tiene el menor de los sentidos; personajes, en fin, que parecen reclutados entre lo más infecto de los desechos de tienta de Sauron en su cortijo de Mordor y que hasta mi tío, que tiene un cáncer terminal y que además de ser muy buena persona siempre fue de más de izquierdas que Bakunin fue capaz de calar a la primera como lo que son: escoria de la peor calaña, apóstoles de la destrucción, partidarios de la nada que sueñan con una idílica república socialista en la que, a falta de algo mejor que llevarse a la boca, todos acabáramos, efectivamente, igualados en la muy igualitaria tarea de comer tierra a puñados.

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