Las patrias



El día que vea a Rajoy y Puigdemont hacer algo que me emocione tanto me compraré un trapo de colores de esos que venden en los chinos, saldré bandera en ristre a socializar con vecinos y  tractoristas y me lanzaré a entonar alguno de esos atronadores lemas cargados de rimas consonantes que siempre me recuerdan que gritar y pensar son actividades mutuamente excluyentes.

Pero no quiero engañarles. No hay nada de cierto en la frase anterior: tengo la certeza de que ni ellos son capaces de hacer nada de provecho, ni yo soy capaz de socializar con un grupo de más de cinco personas porque, entre otras cosas, las multitudes y las unanimidades me producen una aversión instintiva que a estas alturas ya me parece difícil de remediar. 

En estos tiempos oscuros unos cuantos fados y un puñado de tangos son la única patria en la que me reconozco. Ninguno de ellos exige adhesiones inquebrantables. Tampoco expenden pasaportes hacia una vida mejor. A cambio, eso si, nunca hacen que sienta esa confusa mezcla de tristeza y vergüenza ajena con la que ahora contemplo el mundo que me rodea. Un mundo del que de buen grado me exilaría sin dudarlo si no tuviera la férrea obligación de trabajar para ganarme el pan y el vino. 

Comentarios