Calculando somos reguleros



A finales de 2017 la Real Academia de Ciencias de Suecia concedió el Nobel de Economía al estadounidense Richard Thaler, uno de los padres de la llamada economía conductual, que aspira a integrar los modelos económicos con las aportaciones de la psicología social para averiguar de qué forma se toman las decisiones económicas en el mundo real y que sesgos y errores son habituales en el comportamiento de los agentes económicos (que somos todos). 

Para los economistas clásicos el ser humano se parece al Doctor Spock de Star Trek, porque es un ser hiperracional capaz de anticipar y evaluar siempre de forma lógica las implicaciones de sus decisiones. En cambio, para los economistas conductuales el ser humano real se parece más a Homer Simpson y por eso la evidencia demuestra que tendemos a escoger de manera diferente en función del orden o la forma en la que se nos presenten las alternativas (arquitectura de la elección); ante elecciones complejas o con muchas alternativas, a menudo optamos por la más sencilla, por la opción por defecto o evitamos decidir, aunque no sea la mejor opción (camino de menor resistencia o camino Rajoy); nuestras valoraciones subjetivas se ven fácilmente sesgadas por sesgos iniciales que pueden ser arbitrarios (efecto anclaje); calculamos mal las probabilidades de un suceso por dar mayor peso a aquellos eventos que recordamos más fácilmente (sesgo de disponibilidad) o porque coinciden con un estereotipo (sesgo de representatividad); valoramos de manera asimétrica las pérdidas y las ganancias (aversión a las pérdidas); una vez tomada una decisión, tendemos a mantenerla aunque deje de tener sentido (sesgo de statu quo); o cambiamos nuestras elecciones cuando sabemos que otras personas lo hacen (efecto rebaño).

Resumiendo: a la hora de tomar decisiones tendemos a comportarnos de forma bastante menos racional (e inteligente) de lo que nos gustaría creer. Las implicaciones de este hecho trascienden al ámbito de la economía y permiten entender porque con frecuencia los ciudadanos elegimos como representantes a auténticos bobos de baba, insistimos en apoyar decisiones políticas que van en contra de nuestros propios intereses y nos resistimos a aceptar que aquello que creemos evidente no lo es por mucho que el viento de la realidad nos golpee una y otra vez en la cara para recordárnoslo. 

Y es que la verdad nunca es tan evidente como parece. Es insidiosa, elusiva, escurridiza y a menudo vive agazapada entre la niebla. También es peligrosa porque puede amenazar tus creencias y tu escala de valores, resultar inconveniente, inoporturna, desagradable o, incluso, convertirte en un infeliz. Por eso, si quieren un consejo, no se fíen nunca de los que andan por ahí traficando con "la verdad" porque lo único que demuestra la historia es que en nombre de muchas verdades que no lo eran en absoluto se han llenado muchos cementerios y bastantes cunetas.


Recordar que esto es así, relativizar, iluminar con un poco de ironía incluso las cosas más serias, poner en cuestión las evidencias, escapar de de los tentáculos de la unanimidad, no dejarse caer por la tentadora pendiente del pesimismo y la resignación, mantener la curiosidad a resguardo de la inercia, abominar de los prejuicios y los lugares comunes y, a pesar de todo, aceptar que por mucho que lo intentemos nunca dejamos de ser seres tan hermosos como frágiles y falibles, nunca esta de más y bien merece un premio Nobel.

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