De poetas y seres humanos



Tengo una amiga poeta (poetisa me suena a gitana con turbante que lee los posos del café) que cada lunes nos envía por correo electrónico a sus amigos un poema (propio o ajeno). Recibirlo es de las pocas buenas noticias de los lunes, que me parecen un día feo sin atenuantes, aunque, curiosamente, no tan oprobioso como el domingo por la tarde (esto sería largo de explicar y tiene que ver con lo mucho que me desagradaba la perspectiva de regresar al colegio al día siguiente).

El caso es que, al parecer, el otro día uno de los destinatarios del poema en cuestión (un poeta de cierto renombre) le escribió para decirle que en adelante se abstuviera de realizarle ese envío semanal. Por supuesto el susodicho está en su derecho de hacer esa demanda, faltaría más. Pero también yo estoy en mi derecho de pensar, en justa correspondencia, que un poeta al que le molesta recibir un poema a la semana tiene que ser un buen candidato a mequetrefe/tontolaba. 

La cuestión del poema involucra otra de orden superior. Se supone que, con independencia de lo que cada uno de nosotros seamos o lleguemos a ser -repartidores de butano, ayudantes de dirección, registradores de la propiedad, diseñadores de interiores, barqueros en el Misisipi, cajeros pagadores o extremos izquierda que juegan a pierna cambiada- tenemos la obligación primaria, sustantiva y no exceptuable de ser amables y humildes siempre y, muy en particular, cuando no estamos obligados a serlo. 

Si a mi me molestara (por cualquier razón más o menos delirante) el poema de mi amiga ni siquiera me tomaría la molestia de leerlo o lo borraría nada más recibirlo. Y me quedaría tan ancho, porque así podría dedicar cada segundo de mi valioso tiempo a tareas trascendentales y urgentes tales como sacarme pelotillas de cera de las orejas o rascarme los huevos mientras leo el Marca, sin necesidad de causarle una ofensa innecesaria a nadie. Y todos contentos. 

Sin embargo, no es infrecuente observar que los individuos que se autoproclaman hipersensibles, acaso anegados por el peso de sus propios sentimientos y atribulados por sus perennes perturbaciones emocionales, no tienen ni tiempo ni ganas de indagar en los sentimientos de los demás y por eso de vez en cuando sueltan una coz al modo en que lo hacen los burros: sin mala intención, pero sin ningún miramiento. 

Y si protestas por el golpe no tienes nada que hacer porque su (presunta y no siempre verificable) hipersensibilidad opera a modo de superpoder que les eleva por encima de cosas tan terrenales como la empatía o el respeto. En mi casa, sin ir más lejos, había una vaca que pertenecía a este selecto club de inmortales: cuando lo tenía a bien, por lo común en mitad del ordeño, le propinaba una patada al caldero de la leche y se quedaba mirándote fijamente a los ojos sin el menor signo de contrición, mientras la leche se desparramaba por el suelo. 

Me gustaría recordarles a las vacas insumisas, a los poetas, a los hipersensibles y a todos esos individuos algo propensos en exceso al melodrama y la autocontemplación que se proclaman "supersinceros" y que afirman decir siempre la verdad -y que en realidad confunden de forma lastimosa la sinceridad con la incontinencia verbal- que si no somos amables y humildes con el prójimo no somos absolutamente nada de nada, sólo mierdecillas flotantes a las que tarde o temprano la corriente se acabará llevando río abajo.

Resulta hasta lastimoso tener que repetir algo tan obvio, pero asistimos a tiempos convulsos en los que la educación se confunde con los títulos universitarios, la clase con el dinero, el respeto se interpreta como una muestra de debilidad y la prepotencia parece el modo estándar de entablar relaciones con el prójimo. 

PD. A fuer de ser sincero todos los poetas que conozco son un poco egocéntricos y/o raritos. Mi amiga, sin ir más lejos, no utiliza el whatsapp, así que cada año me felicita el cumpleaños por sms, intuyo que por la misma razón por la que los amish utilizan carruajes en vez de vehículos a motor: para no agobiarse con una realidad que les parece que viaja demasiado deprisa y a la que no acaban de acomodarse del todo. 

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