Vaya si se podía



Alguna gente a la que tengo en gran estima anda algo preocupada por el nuevo gobierno de España que nos sobreviene, esa alianza de fuerzas heterogéneas que me recuerdan un poco a una de esas abigarradas escenas de la cantina de La Guerra de las Galaxias en la que ninguno de los personajes tiene el mismo número de dientes. Yo, sin embargo, no comparto esa preocupación: creo que se avecinan tiempos que, si bien es improbable que sean buenos, no cabe duda de que serán muy divertidos.

Hasta ahora teníamos un presidente previsible y rodeado de corrupción por tierra, mar y aire que debería haber dimitido media docena de veces (cuando apareció su nombre en los papeles de Bárcenas o aquella otra en la que -como de biennacidos es ser agradecidos y en el fondo Rajoy es un buen tipo- le envió un delirante mensaje pidiéndole al susodicho que resistiera o resistiese, por citar sólo dos ejemplos). Una especie de don Tancredo cuya estrategia política consistía en sentarse a leer el Marca hasta que los problemas: a) Se pudrieran, b) Se resolvieran por si solos o, c) Un poco de las dos cosas.

La actitud contemplativa de Rajoy le generó una absurda fama de estratega y de "magnífico gestor de los tiempos". Tonterías de esas que se escriben para racionalizar las cosas que ocurren una vez que ya han ocurrido y que parecen muy razonables, pero que casi nunca son  verdad. Rajoy no es más que un conservador burócrata gallego con vocación de presidente de comunidad de vecinos, pero con un absoluto y mal disimulado desinterés por la política, desinterés del que da buena cuenta, sin ir más lejos, su surrealista decisión de pasar la tarde del debate de su moción de censura encerrado en un restaurante con sus acólitos, haciendo la digestión del pulpo con cachelos, comentando la dimisión de Zidane y esperando, acaso, el advenimiento de un improbable milagro de última hora que, una vez más, le salvase el cuello en el último instante.

Lo que nos obreviene ahora es una etapa de alto voltaje risible: el inútil de Pedro Sánchez capitaneando una escuálida galería de pretorianos cuyo denominador común es que gracias a la política han sido capaces de eludir los rigores del fracaso escolar, bajo la acechante mirada, además, de las hordas podemitas, que compensan sus dificultades para comprender los principios básicos de la economía de mercado con una sobredosis de populismo, comunismo trasnochado y una indomable determinación de acabar metiendo mano en unos cuantos Ministerios y, muy en particular, en Televisión Española, para sustituir los noticiarios peperos por el nuevo nodo comunista y retransmitir en directo las alocuciones al pueblo de su idolatrado Maduro, aunque en los últimos tiempos, visto el exitazo de su gestión económica, hay que reconocer que procuran apartarse del régimen venezolano como los toreros malos rehuyen a los morlacos astifinos. Todo ello adobado con un surtido de separatistas, filoterroristas, mareas y comunes, aprovechateguis forales y montaraces de aviesas intenciones y diverso pelaje que son tan de fiar como una banda de Gremlins conduciendo un descapotable cargado de machetes en medio de una tormenta tropical. 

Tendremos que abrir bien los ojos porque estoy seguro de que con el ínclito Monedero y sus pícaros secuaces merodeando por la Moncloa vamos a tener la oportunidad de asistir a episodios memorables a medio camino entre el astracán y la opera bufa. Sólo espero que ustedes y yo sobrevivamos para contarlo, aunque sea echando el cuerpo a tierra cuando nos sobrevuelen, que lo harán más pronto que tarde, las tonterías superlativas y las necedades postmodernas. 

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