Rafael Nadal



No podía irme sin decirlo, porque si no lo digo reviento y si reviento lo voy a poner todo perdido. Rafael Nadal es el mejor deportista español de la historia y uno de los mejores deportistas de la historia del universo conocido y del universo por conocer, porque si por un casual en alguna galaxia lejana también se juega al tenis, más vale que el Predator o el Alien de turno se aten los machos, porque Nadal es mucho Nadal y le importa un pimiento que te mimetices o que te salga bilis por la boca a chorro, porque como te descuides te saca de la pista a raquetazos y te devuelve a tu planeta a base de derechas liftadas en un santiamén. 

Admiro a pocas personas del mundo del deporte que, en general, resulta tan entretenido como insustancial, repleto de testosterona, soberbia y tontería. En Rafael Nadal no hay nada de eso. Sólo una extraordinaria resiliencia, un talento descomunal y una cabeza que se mantiene en perfecto orden de revista, cuando todos, en su lugar, estaríamos tomando diazepanes como si fueran lacasitos. Y carácter, un carácter a prueba de bombas. 

Te admiro, Rafael Nadal. Y me importa un pimiento que ganes el US Open que ahora estás disputando de madrugada (aunque, por supuesto, deseo fervientemente que lo hagas) o el Open de tenis de Villadangos del Páramo. Eres una persona extraordinaria y un deportista formidable y es un privilegio haber podido ser testigo de todo lo que has hecho a lo largo de tu carrera. Y con todo me refiero a cosas que importan mucho más que los títulos.  

Y punto.

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