Personalidad


Si alguien me lo preguntara le diría que tengo la impresión de que eso que llaman "tener personalidad" significa, entre otras cosas, estar en posesión de una visión propia de nuestra existencia y de una conjetura más o menos acertada sobre las reglas que rigen su funcionamiento.

Con todo, tener personalidad, en sí mismo, ni es bueno ni malo ni todo lo contrario. Estoy bastante seguro de que Hitler y Mandela la tenían, en el sentido de que ninguno de ellos tenían que recurrir a palabras prestadas por otros para construir su propio discurso, pero no es preciso subrayar que ambos representan extremos opuestos en la escabrosa historia de nuestro progreso moral.

Lo que quiero decir es que la personalidad importa, pero no lo es todo. Para que sea útil debe estar al servicio de un propósito superior, que podría resumirse en intentar que todo a nuestro alrededor vaya un poco mejor, en tratar de no hacer daño a los demás de forma gratuita y, cuando se acerque el final, en ser capaces de mirarnos al espejo y contemplar el rostro de alguien que hizo lo posible por ser una buena persona

Si se fijan observarán que en la indigesta actualidad de los periódicos, las redes sociales y la televisión abunda la indignación en todas sus modalidades, porque resulta mucho más fácil inducir al vómito ante la maldad ajena y subrayar la inevitable imperfección de cualquier obra humana, que emprender el arduo camino de una vida mejor cuando eso exige (y lo exige siempre) reformar el curso de nuestra existencia y abandonar la tentación del calculo, la hipocresía y la vileza.

Por eso la gente que no para de quejarse por cualquier tontería me produce una desconfianza instintiva, como si pudiera adivinar en ese constante revoloteo de palomas negras una herida mal curada que no deja de supurar y que amenaza con sepultarlo todo bajo una viscosa capa de amargura. Y con el cemento de la amargura ni se construye, ni se vive, ni se sueña, sólo se cava un pozo cada vez más hondo desde el que, al final, ya no es posible divisar la luz de todas las cosas hermosas que nos suceden cada día, que, por cierto, conviene recordar que son muchas y que están siempre ahí mismo, apenas a un parpadeo de distancia.


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