Periodismo de verdad
He pasado la mitad de la tarde viendo varios capítulos de The Newsroom, la nueva serie de HBO escrita por Aaron Sorkin, al que todos conocemos por The West Wing (El Ala Oeste de la Casa Blanca).
La serie me parece formidable y lo digo siendo consciente de que si hubiera diez mandamientos de la retórica narrativa el primero debería ser no usar, bajo ningún concepto, el adjetivo formidable en vano.
Esta vez Sorkin nos asoma a la redacción de un programa informativo tripulado por Will McAvoy (Jeff Daniels). Un informativo que no se parece mucho a los que vemos cada día en televisión, más que nada porque estamos acostumbrados a programas que se limitan a enunciar una y otra vez el mismo puñado de noticias relatadas en espectro narrativo que va de la trivialidad pomposa al sensacionalismo barato, quizás porque todos sus editores parecen convencidos -con una más que sospechosa unanimidad-de que los espectadores son idiotas y de que sólo permanecerán atentos a sus receptores si se les trata como tales.
El público televisivo consume fast-food y espera encontrárselo también en los informativos de las tres y de las nueve. Por eso el mismo usuario que demanda coches rápidos, laxantes rápidos y sexo rápido desconfía instintivamente de cualquier intento de presentar los hechos de una forma que no responda al clásico esquema buenos-malos de los cuentos infantiles y, más todavía, de cualquier relato que incorpore una explicación detallada, prolija o compleja que exija, para su adecuada comprensión, la activación simultánea de más de dos neuronas.
Cada noche la integridad y la verdad pasan de puntillas sobre el escenario de las noticias y nadie se escandaliza porque eso suceda una y otra vez. Todos nos hemos acostumbrado a esa impostura y nos parece lo más natural del mundo.
Por eso asistimos como si tal cosa a entrevistas chorreantes de almibar en las que no se cuestionan las mentiras flagrantes ni las contradicciones del entrevistado. Por eso nos tragamos sin pestañear el pestilente periodismo de versiones, aquel que pretende difundir la falaz idea de que pueden existir varias explicaciones contradictorias e igualmente válidas de los mismos hechos -como si la tierra pudiera ser plana y redonda a la vez-.
Y por eso, también, aceptamos que se mezclen indecorosamente hechos y opiniones y, lo que es peor, rendimos pleitesía a aquellos canales que nos ofrecen las baratijas que estamos tan ansiosos por recibir: opiniones que coincidan con las nuestras e ideas que ratifiquen las que ya teníamos. Cualquier cosa con tal de no dudar, con tal de que nada ni nadie cuestione nuestras irracionales creencias ni nuestras adhesiones inquebrantables.
Periodismo, en suma, diseñado para fidelizar millones de mentes simples e infantiloides que aspiran a una monótona repetición de las mismas sandeces y banalidades en un bucle perfecto e inagotable.
Este es el país que tenemos y no se si el resto son muy distintos.
El problema es que nos cuesta aceptar, mucho me temo, una dolorosa verdad: aunque el sistema democrático se basa en las decisiones de la mayoría, la paradoja es que en todo el universo conocido esa mayoría está formada por una variopinta gama de idiotas, tarados, bobos y completos imbéciles de todos los niveles culturales, estratos sociales, circunstancias personales y filiaciones políticas.
Ser consciente de esa triste realidad no arregla nada, pero quizás ayuda un poco a entender el lamentable estado de nuestra vida política.
PD. Hay excepciones, por supuesto. El Follonero, en la Sexta está haciendo cosas estupendas y Ana Pastor las seguirá haciendo allá donde vaya después de su vergonzante cese en Televisión Española. Y los informativos de la 2, por citar otro ejemplo, son un monumento televisivo comparado con esos ridículos presentadores de Antena 3 que empiezan los telediarios de pie -como si se hubiera declarado un incendio y fueran a echar a correr en cualquier momento-, esos idiotas de la Sexta que narran con un énfasis gritón y tabernario cada trivialidad deportiva como si estuvieran relatando la llegada del hombre a Saturno o los infumables informativos autonómicos, siempre dispuestos a lamer el culo del prócer político de turno quien, por supuesto, en justa reciprocidad, firma por persona interpuesta las nóminas a final de mes.
PD2. Estos siete minutos, en los que se narra la presentación de la noticia del intento de asesinato la senadora Gabriel Giffords -a la que muchas cadenas de televisión dieron erróneamente por muerta-son, a mi juicio, de lo mejor que he visto últimamente. Toda una lección acerca de lo que significan la ética periodística y la responsabilidad personal cuando las cosas se ponen difíciles y hay que jugársela a todo o nada.
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