Lo que yo pienso de esto
He dedicado varias entradas a la independencia y el nacionalismo. Esta es la última: prometo no volver a hablar del asunto. Esa promesa, que no se si cumpliré, es hija del hastío que me produce una situación que amenaza con enquistarse y en la que se pone mucha más pasión que ideas.
Para acabar haré algo sencillo: contar lo que yo pienso al respecto. Allá vamos.
Soy partidario del derecho de autodeterminación de los pueblos: creo que cada uno es libre de decidir con quién se acuesta y, todavía más, de elegir con quién quiere levantarse de la cama. Por eso, para dejarlo claro, estoy a favor de que Cataluña ejerza eso que se ha dado en llamar "el derecho a decidir". Si el pueblo catalán decide el día de mañana establecerse por su cuenta no seré yo quien se entristezca ni se oponga a esa decisión, entre otras muchas razones porque sé, como sabe cualquiera que tenga dos dedos de frente, que ese tren partió hace ya mucho tiempo y que tarde o temprano acabará llegando a la estación.
No soy, en cambio, nacionalista porque serlo me parece una lastimosa forma de abdicación moral y, ya que estamos, de pereza intelectual. Podría utilizar un buen puñado de palabras para explicarlo, pero hay alguien que ya lo hizo mucho mejor:
Como dice Orwell el nacionalismo es malvado porque nos ofrece una coartada moral y material que se basa en un prejuicio o, para ser exactos, en un apriorismo falaz. Creo, sin embargo, que se puede ser independentista sin ser nacionalista: basta con creer que Cataluña tiene derecho a elegir su futuro y con acompañar esa creencia con la honda convicción de que a Cataluña le irá mejor si viaja sin la fatigosa compañía de nadie. Bajo esas dos premisas uno puede votar, como lo haría yo llegado el caso, que sí en un eventual referéndum y quedarse tan ancho. Además, desde este punto de vista, no hay, como a veces se afirma, ninguna contradicción entre ser de izquierdas e independentista, en la medida en la que uno conciba la independencia como un instrumento al servicio de un determinado modelo de sociedad. Una sociedad en la que los políticos, para empezar, no se rían de los ciudadanos como ocurre hoy en España.
Por eso mismo y para acabar me permito, en mi condición de charnego asturiano y veterano residente que sólo aspira a obtener la residencia por arraigo, ofrecer un consejo a mis muy queridos compatriotas catalanes. El día en que Cataluña sea independiente conviene recoger la estelada, doblarla, guardarla a buen recaudo y ponerse a trabajar, porque ni las banderas ni los himnos nos sacarán del atolladero en el que ahora nos encontramos y, además, será preciso tomar muchas e importantes decisiones, que no serán fáciles ni estarán exentas de conflictos, sobre la educación, la progresividad del sistema tributario, la sanidad o los servicios sociales. Y cuando eso ocurra, que nadie se llame a engaño, algunos de los que ahora enarbolan la bandera con más fuerza intentarán insertárnosla por vía rectal a los demás para defender sus intereses; unos intereses que no son y no han sido nunca los nuestros, aunque ahora, por puro cálculo electoral y para posicionarse ante lo que pueda venir, intenten convencernos taimadamente de lo contrario.
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