Esperanza si que sabe bailar chachachá

Aguirre llegó a presidenta de la Comunidad de Madrid gracias al Tamayazo. Les ayudaré a hacer memoria: allá por 2003, en la votación de investidura del socialista Rafael Simancas, dos diputados de ese partido sintieron, así, de pronto, unos súbitos e inexplicables escrúpulos a la hora de votar a su propio candidato. Aquella conversión, que vino a ser como la caída de Saulo de Tarso pero en versión toma el dinero y corre, nunca llegó a explicarse y sin embargo, paradojas de la vida, todos la entendimos sin necesidad de explicación.

La que había sido una ministra de cultura pisacharcos, surrealista y de acotadísimas facultades intelectuales y luego una casposa presidenta del Senado se convirtió de repente en un icono de la derechona madrileña. Era la Sarah Palin pepera: una especie de Chuck Norris con mechas que derrochaba acción y que no perdía tiempo con eso tan viejo de la ideología. De eso ya se encargaba Telemadrid, que, en dura pugna con la televisión valenciana, se convirtió de su mano en la más deplorable fuente de propaganda política jamás sufragada con el dinero de todos. Aquel estercolero mediático vertía a diario sobre los madrileños ingentes cantidades de manipulación política en horarios de mañana, tarde y prime time.

Era decidida, era valiente, era mentira. Pero el pueblo de Madrid tragó el anzuelo y la recompensó con una mayoría absoluta tras otra. Lo que la gente veía en Esperanza era una ficción -se decía liberal pero siempre había sido intervencionista y estalinista; se vendía como uno de los nuestros, pero en realidad era uno de los de siempre; descreía de la política pero hacía política de la peor clase- pero, por alguna razón, el público madrileño estaba ansioso por consumirla. Y cuando eso ocurre -como sucedió con el peronismo o con tantas otras formas de populismo- sólo se puede esperar a resguardo de la intemperie hasta que pase la ola.

Y la ola pasó. Un día Esperanza se fue como llegó: sin que nadie supiera muy bien cómo. En teoría abandonaba la política para realizar una oscura tarea en el Ministerio de Industria y tener así más tiempo para su familia. Pero la oscuridad funcionarial no suele estar muy bien remunerada y como lo de no tener paga extra en navidad no mola nada, apenas tres meses después ha fichado por una empresa especializada en la búsqueda y selección de directivos; puesto que compatibilizará con la presidencia del PP de Madrid. Todo muy coherente y muy estupendo.

Esperanza pertenece a una legendaria casta de servidores públicos que llevan siglos interpretando esa función de un modo sui géneris atque caciquil: sirviéndose todo lo que pueden de lo público y de la estupidez del público. Son los listos, los que se salen con la suya, los que siempre se libran del castigo, aquellos de los que Sófocles escribía en la Antígona, que "el porvenir nunca los encuentra faltos de recursos y que sólo del Hades no tendrán escapatoria" (ἄπορος ἐπ᾿ οὐδὲν ἔρχεται τὸ μέλλον· ῞Αιδα μόνον φεῦξιν οὐκ ἐπάξεται·)

PD. Doy las gracias a mis viejos profesores, funcionarios de institutos públicos y auténticos sabios, que me transmitieron su amor por los severos meandros del latín y del griego; enseñanzas que casi todos hoy desechan por inútiles y que, sin embargo, son la fuente de casi todo lo poco que he llegado a aprender, seguramente, porque, a diferencia de Esperanza Aguirre, yo soy un individuo muy poco práctico.

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