Religión no, gracias




Yo soy apateísta. Cómo se que la mayoría de ustedes, queridos lectores, abandonó pronto los estudios por culpa del alcohol, las drogas y en algún caso que no mencionaré por ahora, por la estimulante influencia de las malas mujeres que nunca son, dicho sea de paso, tan malas como muchas veces se afirma con ligereza, es mi deber informarles de que los apateístas sostenemos que la posible existencia de dioses, deidades, divinidades y cualquier otra criatura con poderes análogos (y no me refiero a los notarios) carece de importancia y que, por tanto, cualquier debate al respecto es irrelevante. Y un poco tontuno.

Los ateos afirman que dios no existe y los agnósticos que no se sabe o que no puede saberse. A los apateístas el asunto nos la trae al pairo y no por una superficial falta de interés en los asuntos espirituales, sino porque, desde el punto de vista de la exploración filosófica, la existencia o no  de algo que no tiene ninguna consecuencia verificable es completamente irrelevante y desaborida, que diría un apateísta andaluz. Una lastimosa pérdida de tiempo, habiendo tantas cosas mejores en que gastarlo (como hacer el amor o follar, por poner dos ejemplos que casi todos los lectores entenderán).

La religión sólo ha traído sufrimiento y conflicto a la existencia humana, así que es un territorio que conviene evitar y nosotros lo hacemos a toda costa, sabiendo que de su mano se ha propagado por la tierra la burricie y la crueldad, como si la connatural y muy extendida maldad humana tuviera necesidad de ser estimulada apelando a los peores instintos religiosos, como tantas veces y con tan malos resultados ha ocurrido a lo largo de la historia.

Que el asunto, vamos, no me interesa lo más mínimo y me cansa y me repele sobremanera. Y que si Mahoma o Jesucristo celebraran, cualquier tarde de estas, una reunión en mi escalera yo aprovecharía para irme al cine aunque no me gustara la película.

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