A veces te miran




Ocurrió una noche, hace bastantes años. Recuerdo que había dejado de llover. Debían ser casi las doce y en el edificio de enfrente, al otro lado de la calle, una pareja se peleaba en su habitación. No era la primera vez que lo hacían y cada vez que ocurría yo dejaba de estudiar y me quedaba observándoles desde la ventana, entre curioso y divertido, intentando adivinar qué era lo que se gritaban con tanto entusiasmo. Esa vez, no se porqué, apagué la luz para verles mejor. Estaba a punto de encenderla otra vez cuando ocurrió algo: reflejada en el cristal de la ventana vi con toda claridad la silueta de una mujer de pelo oscuro que se deslizaba por el pasillo de casa y se metía en la habitación que yo usaba para almacenar la ropa sin planchar. 

Sólo la vi durante una fracción de segundo, pero me bastó para darme cuenta de que era alta, muy alta y que, desde luego, fuera lo que fuera, no era de este mundo.


Yo vivía solo, así que traté de convencerme de que allí no había nadie. Nunca volví a verla. 

Me fui de Terrassa un año más tarde. Era domingo por la mañana y mientras intentaba meter en el maletero del coche dos bolsas de deporte con las últimas cosas del piso una chica se acercó a saludarme. Tarde un instante en reconocerla. Era mi vecina de enfrente, la de las peleas nocturnas. ¿Así que te vas?, me preguntó. Le dije que sí. Era la primera vez que nos veíamos cara a cara, sin ventanas de por medio, así que me resultaba algo raro hablar con ella. Le pregunté por su novio y me dijo que eso había acabado hace tiempo. Le confesé que ya lo sabía, porque hacía meses que la veía cenar sola. Ella sonrió y me preguntó si me dedicaba a espiarla, pero por el tono de la pregunta parecía más intrigada que molesta. 


Nos despedimos y justo cuando ya se iba me lo preguntó: ¿La señora que vive contigo también se va? No entendí a qué se refería y le expliqué que siempre había vivido sólo. Volvió a sonreír pero de forma diferente, como confundida y me dijo que yo no era el único que miraba por la ventana. Desde que vivía sola le costaba dormirse y por eso se había dado cuenta de que algunas noches, un rato después de acostarme, una mujer muy alta de pelo oscuro y ojos insomnes entraba en mi habitación, se acercaba al pie de la cama y se quedaba allí, inmóvil, mirándome fijamente mientras dormía. 


Comentarios