Reflexiones olímpicas
Estos si que compiten a vida o muerte
Aunque lo cierto es que no nos va del todo mal, si los españoles no obtenemos todavía mejores resultados en las olimpiadas no es, como algunos maledicentes creen, porque somos muy dados a la actividad deportiva de sofá y mando a distancia, sino porque un somero examen de las disciplinas olímpicas revela que éstas no han sido diseñadas atendiendo a la idiosincrasia propia y singular del pueblo español.
Si, por ventura, fueran disciplinas olímpicas aparcar en doble fila y proferir insultos machistas desde el interior de un utilitario con la ventanilla bajada; tomarse cañitas a media mañana estando en paro; opinar sobre cualquier cosa sin tener ni puta idea; hacer la siesta después de ingerir una buena fabada o un cocido maragato; endilgar los nietos a los abuelos para que los cuiden y, de paso, les hagan la comida y, ya que estamos, la cena; hacer visitas al médico, al fisioterapeuta y depilarse durante la jornada funcionarial; correr los mil quinientos metros libres de IVA; fardar delante del cuñado con cualquier ocasión, excusa o pretexto; o correr al borde del coma etílico delante de morlacos de diversos tamaños por calles, callejuelas y avenidas, el medallero reflejaría una superioridad insultante de los "atletas" españoles.
Para evitarlo el Comité Olímpico Internacional nos abruma con peregrinas actividades como la natación sincronizada -cuyo equivalente más aproximado en España sería una boda gitana en la que los familiares de la novia se quitan la corbata para celebrar su recién demostrada virginidad y se arrojan al unísono a la piscina con sus trajes de colores lampantes- o el tiro con arco, actividad propia de tribus primitivas sin contacto con la civilización con la que nadie en su sano juicio pretendería hoy cazar nada habiendo como hay escopetas, rifles y metralletas por todas partes (en Estados Unidos hasta en las guarderías).
Con todo la palma se la llevan los deportes de invierno. Ahí, como somos más bien de playa, cerveza, calorcito y sudar mucho, no damos ni una a derechas. Y es normal porque, acaso alguno de ustedes ha visto a algún pariente, vecino o conocido suyo practicando curling o skeleton? No obstante he de reconocer que yo, para ampliar la linde de mis conocimientos deportivos y porque siempre he pensado que el saber no ocupa lugar (salvo cuando se trata de enciclopedias por fascículos), he llegado a contemplar con atención casi religiosa algún que otro partido de curling femenino, especialidad (lo aclaro por si no lo saben) en la que unas mozas, generalmente de aire nórdico, empujan por una superficie helada, ora arrastrándose por el suelo, ora fregoteando con frenesí con una especie de cepillo, una piedra enorme con un asa faliforme con la que tratan de alcanzar un punto determinado rodeado de círculos concéntricos. Encuentro que hay en ese exótico deporte un evocador sustrato poético con un magnetismo casi hipnótico que me resultaría difícil de explicar con palabras (sin ganarme una guantada, quiero decir).
A esto me refería
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