Un día



Cuando me entierren mi espíritu regresará a Lisboa una tarde y subiré a la Alfama justo cuando el sol comience a adormecerse sobre las cadenciosas falúas do Tejo y alcanzaré o Miradouro de Santa Luzia en el que una vez alguien me besó y me susurró al oído haja o que houver eo estou aquí; recorreré, una vez más, los infatigables campos de Castilla que no me vieron nacer y en los que, sin embargo, nunca me sentí extranjero; invocaré el nombre de mi padre que es también el mío y acariciaré su frente y su pelo como tantas veces lo hice de niño; me asomaré a la cocina para echar un último vistazo a mi madre y a mi abuela que estarán cocinando arroz con leche y me alargarán un cucharón para que aproveche la parte requemada que tanto me gustaba; jugaré con mi hermano a la pelota en el portal de casa y con Ana y José en los caminos de Ambás y recordaré, con la minuciosa precisión de las cosas que nunca tuve que memorizar, cada rasgo de tu cara en el preciso instante en que mis ojos se posaron sobre ti, tu abrigo gris de Desigual y tus zapatos de niña buena y presentí, entre alegre y aterrorizado, que una parte de mi vida se clausuraba allí mismo y que la que se abría al resto de mis días nunca tendría el menor sentido si tu no estabas justo ahí, a mi lado.

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