Pretérito imperfecto


El amor es una sustancia extraña que trastoca cabezas y espíritus, capaz de atentar incluso contra las más elementales leyes del espacio-tiempo, cosa que ocurrirá en el preciso instante en el que esa chica a la que acabas de conocer y que tanto te gusta se convierta -un día incierto y triste de noviembre- en una chica a la que una vez conociste. 

¿Puede sobrevivir la amistad a la desaparición del amor? ¿Qué queda de la fiesta de estar enamorados cuando la orquesta toca su última canción, las luces se apagan y los globos de helio se quedan ahí varados flotando junto al techo como pájaros ciegos? ¿Es posible preservar una amistad perdurable entre dos personas que un día se amaron? 

Me gustaría creer que si pero la evidencia me indica lo contrario. Al desamor sigue siempre cierto rencor o, al menos, cierta desazón o incomodidad, como la de una antigua cicatriz que ya dejó de supurar pero que todavía molesta cuando la rozas con los dedos. Hace falta mucha madurez, mucha inteligencia emocional, mucho afecto auténtico para que dos personas rescaten aquello que hay de valioso de su relación de las cenizas del amor que se fue. 

Quizás conseguirlo sea también una prueba de madurez personal y una medida de la autenticidad de una relación. Si un día quisiste a esa chica y la quisiste de verdad tendrás que reconocer que por mucho que ahora ese amor se conjugue en tiempo pasado sigue siendo la persona estupenda de la que te enamoraste, que quieres que sea feliz porque que te importa lo que le ocurra y que, de alguna forma, siempre estarás ahí pase lo que pase si te necesita.

Pero todo eso, claro, es más fácil de decir que de hacer porque la vida es un sendero con muchas trampas y vericuetos y algunas veces la única forma que encuentras (o la única forma que encuentra ella) de seguir adelante es cerrar la puerta de esa habitación y pasar a la siguiente, porque no es cierto que todo lo que nos ocurre pueda ser entendido, asimilado y racionalizado como si fuéramos bandejas de carne de cerdo picada o robots con nervios de acero e infinita capacidad de procesamiento. 

Ojalá fuera tan fácil. Pero no lo es y además estoy seguro de que si lo fuera no sería tan divertido y a ratos, por supuesto, tan triste. 


Tengo la convicción de que no existes
y sin embargo te oigo cada noche
te invento a veces con mi vanidad
o mi desolación o mi modorra
del infinito mar viene su asombro
lo escucho como un salmo y pese a todo
tan convencido estoy de que no existes
que te aguardo en mi sueño para luego.

(Un poema de Mario Benedetti)


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