First Man



El otro día vi First Man, la película de Damien Chazelle (La La Land) sobre la histórica misión del Apolo XI que en julio de 1969 depositó a dos hombres a la superficie de la luna y los trajo de vuelta a casa. La película subraya los peligros de esos primitivos viajes espaciales, auténticos experimentos con fuego real, en los que cientos de cosas podían salir mal y cualquiera de ellas podía acabar contigo en una fracción de segundo. De hecho la carrera espacial está jalonada de accidentes y si Neil Armstrong puso el pie en la luna en primer lugar fue precisamente porque otros compañeros que debían hacerlo antes que él murieron carbonizados. 

Supongo que la épica hace que todo ese peligro compense, pero lo cierto es que no tengo ni la más remota idea de si es así o no, porque la vida de funcionario se parece mucho más al mar de la tranquilidad en el que aterrizó el Apolo XI que a cualquiera de las vicisitudes, luces de alerta y sospechosos crujidos que rodean el lanzamiento de un cohete espacial. Nos hacemos funcionarios para tener un trabajo seguro y no enfrentarnos a la eventualidad de acabar en la cola del paro y todo eso, que está muy bien, si de algo adolece, precisamente, es de épica y de emoción. Y, como no podría ser de otra forma, también pagamos un precio por esa elección, que a ratos supone una especie de deprivación sensorial, como si nuestra vida laboral permaneciera en estado de animación suspendida, sin avanzar hacia ninguna parte, inerte e ingrávida. 

Quizás hay un momento de la vida para cada cosa: para el peligro y para refugiarse en el sofá. O a lo mejor -me inclino por esta segunda hipótesis- son las circunstancias las que en ocasiones te colocan en un sitio al que ni remotamente habrías soñado llegar. Y una vez que empiezas algo, si tienes el carácter adecuado, es muy posible que ya no puedas parar. No lo sé y no lo sabré nunca porque me temo que los niños asmáticos y miopes con hernia de hiato no somos buenos candidatos a astronautas.

Hay un dicho siciliano que dice que la vita pericolosa ha piu sabore. Intuyo que debe ser verdad, pero en esta noche de tormenta, en medio de un océano de lluvia que no cesa, se agradece mucho estar a cubierto de la intemperie orbitando alrededor de un café bien caliente. No se escriben poemas ni se ruedan películas sobre esta modesta épica de la comodidad, que, aunque carezca de la emoción de los viajes espaciales, es una de las mejores cosas de la vida.

PD. Me encanta la banda sonora de First Man y me encantan los viajes espaciales porque son una de las mejores manifestaciones de lo que el ser humano es capaz de hacer cuando pone toda su energía al servicio de una buena causa. El Rapto de Proserpina de Bernini o La Flauta Mágica de Mozart son maravillas, pero son maravillas que nacen del genio individual, del inigualable talento de sus autores. Un viaje espacial, en cambio, es una obra colectiva que resume el conocimiento científico, la técnica y la habilidad de miles de personas y por eso ese viaje a la Luna nos conmovió tan profundamente, porque era una obra coral de nuestra civilización y queríamos que saliera bien. Y salió bien.

PD2. Si le preguntan a cualquier podemita su opinión al respecto les dirá que el dinero de los programas espaciales se hubiera aprovechado mucho mejor si se dedicara a erradicar el hambre en el mundo. No se dejen engañar. A ellos y a los comunistas en general el hambre y la desigualdad les interesan sólo como argumento electoral. Necesitan explotar la infelicidad y por eso recelan de la ciencia, de la tecnología y de todo lo que puede mejorar la vida del ser humano. No son de izquierdas, ni progresistas ni nada que se le parezca. Sólo son partidarios de la infelicidad. 

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