Feliz cumpleaños amigo



Hay gente que pasa por tu vida y gente que, vayas donde vayas, se queda contigo. Mi amigo Víctor Manuel Muñiz es de los segundos. 

Los dos éramos hijos de familias humildes de Carreño. Lo de la humildad, por supuesto, es relativo, porque cuando yo ahora le comento a algún compañero de trabajo que procedo de una familia más bien humilde no es raro que me sonría y me conteste que sí, que él también, porque sus padres son profesores de instituto. Y no, ni mis padres ni los de Víctor eran precisamente profesores de instituto.

Nos hicimos amigos, eso sí, en un instituto. Por imperativo de las arbitrarias líneas que delimitan los mapas escolares él había cursado la EGB en el colegio de Cancienes y yo en el San Félix de Candás, así que nos conocimos más tarde, en plena adolescencia. A mi, desde el principio, me pareció una persona de verdad, de esas que, pase lo que pase, no te van a dejar tirado. Víctor era -es- una persona íntegra, inteligente y con criterio propio. Una buena persona en el mejor de los sentidos, alguien a quien no tienes más remedio que respetar, porque en su forma de ser no hay rendijas, tonterías ni dobles fondos.

Hicimos toda la licenciatura de derecho juntos, compartiendo coche y el más bien escaso dinero del que disponíamos para comprar algo para desayunar utilizando un sencillo método: el que tenía algo de dinero ese día pagaba y punto. Muchas mañanas, al acabar las clases nos quedábamos charlando delante de su casa y pasábamos las horas muertas intercambiando apuntes, jugando a lanzar una pelota de papel por encima del coche (el tío era un fino estilista jugando a lo que fuera) o comentando la última etapa del Tour de Francia, que siempre nos pillaba en época de exámenes. Creo que a ninguno nos entusiasmaba la carrera, pero los dos sabíamos que era una escalera que teníamos que trepar si queríamos asomarnos una vida mejor. Y lo hicimos ayudándonos en todo lo que pudimos.

Poco tiempo después de acabar derecho, en unos años en los que yo andaba, la verdad, más bien desorientado sobre lo que quería y no quería hacer en la vida, me casé y me fui a Barcelona y él se quedo en Asturias y aunque la distancia y la rutina van levantando día a día un muro difícil de franquear, siempre tuve la sensación de que nuestra amistad, aun en estado latente, estaba igual de viva y de que si alguna vez tenía ocasión de regresar a Asturias, estaría allí esperándome.

No me equivocaba. Pero para poder hacerlo he tenido que dejar pasar algún tiempo y hacer algunos ajustes en mi sintonizador existencial. Dice una canción de Sabina que al lugar en el que has sido feliz no debieras tratar de volver. Supongo que la afirmación también es válida para los lugares en los que lo has sido a ratos. Mi familia era un manojo de cuerdas entrelazadas que habían ido formando un nudo que sólo el tiempo y las ausencias han sido capaces de deshacer. El caso es que han hecho falta más de dos décadas para que yo haya podido encontrar la distancia adecuada con el pasado y, como el que recorre un paisaje tranquilo y algo desolado en el que ha tenido lugar una batalla que todo el mundo ya ha comenzado a olvidar, sentir que estoy en paz en la que un día fue mi casa.

Esta Navidad nos hemos vuelto a ver y desde el primer momento tuve la sensación de que el tiempo se había detenido. No éramos dos aspirantes a señor mayor a punto de cumplir cincuenta años que se reúnen para cenar con otros compañeros de colegio, sino dos viejos amigos que se reencuentran media vida después como si no hubieran pasado veinticinco años, como si el día anterior aún hubiéramos ido a clase en mi viejo Fiat Uno gris al viejo caserón de la calle San Francisco de Oviedo.

Hoy 8 de enero Víctor cumple 50 años y yo le deseo que viva al menos 50 más y que sea todo lo feliz que se merece, que es mucho. Y, por supuesto, que los dos tengamos la oportunidad de seguir encontrándonos de vez en cuando para celebrarlo. 

Gracias por todo, amigo. Y gracias también a toda tu familia por la que siempre he sentido un enorme cariño que no es sino una pequeña fracción del que ellos siempre me entregaron a mi. Y muy en especial, a tu madre, a la que siempre llevaré en mi corazón. 

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