Huir... volver
Richard Ford
Wakefield es un personaje de Nathaniel Hawthorne. Se trata de un hombre cualquiera (es decir, de uno de nosotros) que, un buen día, sin motivo aparente, decide abandonar su casa y su familia. Contra lo que suele ser habitual en estos casos, en lugar de marcharse bien lejos se traslada a una calle próxima y, desde allí, durante veinte años, se dedica a observar a su "viuda" y a contemplar como transcurre, sin él, la vida que podía haber sido suya.
Para atenernos a los hechos, Wakefield no pretende escapar, pero, en un prolongado ejercicio de procrastinación, va posponiendo su regreso a una casa a la que, por alguna razón indefinible, no se siente capaz de volver.
El relato de Hawthorne anticipa un motivo literario -el abandono del hogar familiar- cuyo rastro nos llevará, muchas décadas después, hasta la tetralogía protagonizada por el Harry "Conejo" Armstrong de John Updike. Antigua estrella del baloncesto juvenil, Harry vive en un aburrido pueblo (que podría ser Lleida), está casado con Janice, embarazada y aficionada al alcohol, tiene un hijo llamado Nelson y trabaja como vendedor de un pelapatatas de cocina; hasta que un día se echa a la carretera dejándolo todo atrás.
Existen -que yo sepa- tres personajes análogos en la literatura norteamericana: Holden Cauldfield, de Salinger, Augie March de Saul Bellow y Frank Bascombe de Richard Ford.
Me gustaría explicar detenidamente las similitudes y diferencias que existen, a mi juicio, entre ese puñado de soñadores sin rumbo, sensibles y evasivos que, en cierta forma, condensan el vacío existencial del hombre contemporáneo -esa sensación de domingo por la tarde-, su inmadurez y, de eso estoy seguro, ese miedo a que la vida vaya pasando y sea realmente sólo eso que tenemos ante nuestros ojos y nada más.
Con todo, en lugar de acometer ahora ese asunto que, amén de muy prolijo, sería capaz de provocar el sopor incluso de los más contumaces insomnes, voy a utilizar como portavoz al propio Frank Bascombe para condensar, en pocas palabras, el meollo del asunto:
Me gustaría explicar detenidamente las similitudes y diferencias que existen, a mi juicio, entre ese puñado de soñadores sin rumbo, sensibles y evasivos que, en cierta forma, condensan el vacío existencial del hombre contemporáneo -esa sensación de domingo por la tarde-, su inmadurez y, de eso estoy seguro, ese miedo a que la vida vaya pasando y sea realmente sólo eso que tenemos ante nuestros ojos y nada más.
Con todo, en lugar de acometer ahora ese asunto que, amén de muy prolijo, sería capaz de provocar el sopor incluso de los más contumaces insomnes, voy a utilizar como portavoz al propio Frank Bascombe para condensar, en pocas palabras, el meollo del asunto:
"Durante estos doce años, mi vida no ha estado
nada mal y en muchos aspectos ha estado muy bien. Cuando más viejo me hago, más
me asusta todo y más claro veo que te pueden pasar, y de hecho te pasan, cosas
malas. Pero la verdad es que no me preocupa ni me quita el sueño. Todavía creo
en la posibilidad de la pasión y la aventura amorosa."
"En la vida no hay nada trascendental. Las cosas siempre vienen y se van, y eso es la ley de la vida. Todo lo demás es una mentira de la literatura..."
"Lo que todos queremos en realidad es llegar a ese punto en el que el pasado ya no nos diga nada acerca de nosotros mismos y podamos seguir adelante..."
"En la vida no hay nada trascendental. Las cosas siempre vienen y se van, y eso es la ley de la vida. Todo lo demás es una mentira de la literatura..."
"Lo que todos queremos en realidad es llegar a ese punto en el que el pasado ya no nos diga nada acerca de nosotros mismos y podamos seguir adelante..."
Intuyo que estas huidas -imprescindibles en ocasiones- son baldías las más de las veces. No por un reproche moral, que resultaría bastante estúpido si tenemos en cuenta que, en el fondo, lo ignoramos todo sobre los móviles profundos de la propia conducta (y no digamos ya de la ajena), sino por razones de índole práctica: nadie escapa del pasado porque es precisamente nuestra nostalgia y nuestro deseo de eludirlo lo que nos hace regresar a él.
Al final, como escribió mi homónimo Alfredo Le Pera -letrista del tango Volver, que resonará para siempre en la inmarcesible voz de Gardel-:
Pero el viajero que huye
tarde o temprano detiene su andar...
Y aunque el olvido, que todo destruye,
haya matado mi vieja ilusión,
guardo escondida una esperanza humilde
que es toda la fortuna de mi corazón.
PD. Esta noche, nada más acostarme me acordé de otro escapista: Willy Loman, el protagonista de Muerte de un Viajante. En el libro de Arthur Miller la única forma que Loman encuentra de poner todo en orden (en orden existencial, quiero decir) es escapar. Suicidándose, eso si.
Al final, como escribió mi homónimo Alfredo Le Pera -letrista del tango Volver, que resonará para siempre en la inmarcesible voz de Gardel-:
Pero el viajero que huye
tarde o temprano detiene su andar...
Y aunque el olvido, que todo destruye,
haya matado mi vieja ilusión,
guardo escondida una esperanza humilde
que es toda la fortuna de mi corazón.
PD. Esta noche, nada más acostarme me acordé de otro escapista: Willy Loman, el protagonista de Muerte de un Viajante. En el libro de Arthur Miller la única forma que Loman encuentra de poner todo en orden (en orden existencial, quiero decir) es escapar. Suicidándose, eso si.
Oh the wind whistles down
ResponderEliminarThe cold dark street tonight
And you're singing the songs
Thinking this is the life
And you wake up in the morning and your head feels twice the size
Where you gonna go? Where you gonna go?
Where you gonna sleep tonight?
Where you gonna sleep tonight?
This Is The Life, Amy MacDonald